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"Todos Santos"

Tomado del libro P’irca los apus, la biblia y los gentiles de Betty Yabar.

- Yo te contaré de todos los Santos y cómo se celebra en mi pueblo. Es poquito, será la “yapa” (aumento, añadido) al Uccucu que acabo de avisarte.

- Lo saben muchísimas personas, que en pueblos rurales y en todo el campo, la casa es una sola habitación que tiene todos los oficios, desde dormitorio hasta alojamiento de cuyes que viven como en familia. Y hasta no hace muchos años, la mayoría no conocía más cubierto que la cuchara.

Una buena parte del perímetro tiene poyos que nos sirven de muy diverso modo: de mesa, de asiento, alacena… y el interior que es vacío como un túnel es el “phucullu” (galería) para cuyes. En vista de eso para celebrar Todos Santos, se necesita una mesita, que si se tiene dinero y espacio, se fleta de la iglesia.

- La mesa se cubre con una “sucuta” (manta) y encima se colocan “puruña” servidas con comida que fue del gusto del difunto, desde niño. La puerta y la ventana si la hay, tienen que permanecer abiertas durante las noches del primero y dos de noviembre, para que en las almas que gozando del permiso del señor, vuelvan a sus casas y puedan saborear lo que se les ha puesto en la mesa o encima del poyo. Es cierto mamitay, y claro que comen y está comprobado; por constatarlo nomás muchas personas que se pusieron un bocado ¿acaso le habían encontrado sabor? ¡nada! Totalmente soso, desabrido y era que las almas durante las dos noches le quitaban a la comida lo mejor de su gusto. Si hasta las flores que les pone en la mesa pierden aroma ¿por qué? Por haberlas estado oliendo la almas.

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Mercado Central de Cusco

- El primero de noviembre Todos Santos, en un rincón de la casa se colocan los enseres y utensilios que usaron las difuntas de la familia y son recordadas en el rincón del frente, herramientas, aperos, que estuvieron al servicio de los varones difuntos y son recordados. Y en las dos noches, después de saborear la comida, las almas van llevando el espíritu de sus cosas para poder usarlas donde el Señor tuvo a bien destinarlas. El que muere deja su cuerpo para que torne al polvo del que fue levantado, en cambio el alma que regresa a su Creador tiene que seguir trabajando en lo que fue su ocupación en este mundo y si no lleva el espíritu de sus cosas no tendría en que ocupar su tiempo y la ociosidad no está permitida en el cielo. Si se recuerda a una criatura, encima de la “sucuta” se colocan preferentemente sus zapatitos tejidos u ojotitas por serles de mucha utilidad mientras cultivan los jardines del cielo o juegan con el Niño Dios.

El día tres al día siguiente de Todos Santos, la comida que continúa puesta y sin sabor, que por hambrienta o antojada que esté alguna persona no la podría tragar, hay que arrojarla a un lugar en el que ni los perros puedan encontrar, ya que la tierra de consumirla como hace con nuestros despojos. En uno de sus viajes como arriero le acompañé a mi papá a Santa Rosa de Puno, llegamos en Todos Santos y pude ver, que esa gente les sirve a sus difuntos la comida de diario, ponen la olla encima de la tumba y aun ladito, sobre un “Unkuña” puñados de coca y un panecillo de “llipta” (de ceniza de ramaje de quinua y agua). Acompañados por personas extrañas que se comiden a rezar por sus difuntos, hacen el “tincay” con el “ojo de chicha”. Como pago y de acurdo al número de oraciones, les sirven de la comida colocada encima de la tumba; los deudos no prueban un solo bocado de esa olla ¿eh papay?

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Maicillos y Suspiros

- La mesa que se cubre con la “sucuta” tiene que estar encima del sitio donde se hizo el “chutay” (jalar)del muerto.

Como en todos los pueblos viven gente muy pobre, que llegado el caso no pueden comprar un ataúd por barato que fuese, en P’irca, y hasta no hace muchos años, se usaba la “uantuna” (para trasladar) una caja mortuoria ancha y sin tapa. Se decía que fue donada pero nadie recordaba por quién ni cuándo y por lo mismo del tiempo transcurrido, se hallaba muy estropeada de tanto ir y volver del camposanto y la parte de afuera como lo interior, estaban saturados de la sal y el aliento que emana de todo muerto. La “uantuna” se había encariñado de tal modo a su oficio y ocupación que deseaba que la gente muera hasta por gusto ¿ah? El miedo que inspiraba era tal, que tanto los que cargaban como los acompañantes al entierro, caminaban rapidito, casi corriendo y sin detenerse ni en los “descansos” señalados en tiempos atrás para que en ellos se rece por el alma del difunto.

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Delicadas "caritas"  elaboradas especialmente para las guaguas de pan para la festividad de Todos Santos

Y en cuanto el cadáver era colocado en su tumba, cuatro jóvenes valientes que nunca faltan en un pueblo a toda carrera y sin parar devolvían la “uantuna” hasta dejarla en el lugar que ocupaba dentro de la iglesia y aún costado de la puerta. Si los jóvenes conocían la gravedad de algún vecino, corrían mucho más para evitar que la “uantuna” al fijarse en ése enfermo, lo señalase como al siguiente difunto que con gusto dejaría en su tumba. Le resultó un vicio verse ocupada en su oficio.

- La “uantuna” sentía tal ansiedad por la sal y el aliento de los muertos, que a pesar de estar arrimada y boca abajo en su sitio de la iglesia, haciendo chirriar y crujir sus maderos pedía un difunto ¿te das cuenta? Y lo hacía con tanta claridad, que hasta los niñitos que la escuchaban se ponían a llorar de susto. Felizmente, hoy en día hasta los pobres aunque sea pidiendo ayuda, no en “aini” ¡ja…ja! compran una caja que se queda con su muerto. La “uantuna” la quemaron y las cenizas fueron enterradas en un hueco abierto en el campo santo y aún así todavía sigue haciendo temer desde el sitio que ocupaba en la iglesia.

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