"Mi símbolo es el maíz"

A los pocos días de su 96 cumpleaños,  el 24 de noviembre del 2013, por la mañana, murió Marina Olivera Yábar de Willis, más conocida y querida  como “La tía Marina del Cusco”.

Sabia y práctica como era, dejó todo establecido para cuando su cuerpo, incansablemente trabajador, ya no tuviera vida, y pidió  a amigos y conocidos que donaran el importe de los arreglos florares  a la Parroquia Santísima Trinidad de Mariscal Gamarra, por la que trabajó con ahínco desde su fundación.

Cusqueña perteneciente a una de las familias más frondosas del Cusco -los Yábar (sus álbumes fotográficos conservan imágenes familiares, tomadas por Figueroa Aznar, casado con una de sus tías)-, fue una empresaria activa, decidida, con ideas propias y voz firme. No obstante, su corazón estuvo lleno de generosidad y la pasión de dar a los demás.

 

Su mejor legado para el Cusco: la noción y la práctica del “control de calidad”, antes de que el concepto fuera puesto de moda por el marketing contemporáneo. Ojalá los empresarios de hoy la emularan siquiera en ese aspecto. La delicia de sus  famosos tamales, se mantuvo incólume a lo largo de décadas.

 

A diferencia de muchas mujeres empresarias de hoy, quienes -acaso influenciadas por el feminismo extremista- asumen las maneras y conducta de sus pares masculinos, ella no renunció a la feminidad, tanto en el cuidado de cómo lucía, cuanto en su dedicación a cuidar de sus familiares, sus empleados, sus vecinos y conciudadanos. En realidad, uno de los aspectos más interesantes de su vida fue que el trabajo y la vida en familia no fueron, para ella, compartimentos estancos, sino una feliz continuidad, donde la disciplina y la ternura se daban la mano.

 

Con elegancia, y mucho sacrificio, emprendió una actividad económica que a muchas mujeres, en su época, les era desconocida. Sacó adelante una pequeña industria, basada en un producto tan nuestro como es el maíz. Pero lo más interesante de Marina, es que ella no vivió los cambios sociales, ella los hizo.  Marina fue la mujer más moderna que pude conocer desde la infancia. Esta entrevista, realizada un 13 de noviembre de 1999 , es un retrato de su personalidad, y un homenaje cariñoso y agradecido de esta periodista.

 

 

 

Entrevista de Patricia Marín

 

 

Patricia Marín.- ¿Desde cuándo elaboras los tamales que te han hecho tan popular?

 

Tía Marina.-Hace más de 50 años trabajo en una pequeña industria que, a Dios gracias,  por elaborar el tamal cusqueño tal como es, se ha acreditado y me da la opción de vivir. La gente no comprende la diferencia y  compara mis tamales con los que se venden en el mercado de abastos. Pero aun siendo de la misma materia prima, son completamente diferentes. Yo he logrado un producto que mantiene su calidad a lo largo de los años, en todos los sentidos. Ese ha sido mi aporte al Cusco.  Ahora a mis años, pienso que de  un producto tan común para nosotros como el maíz, he hecho toda una industria. Mi símbolo es el maíz porque siempre se lo ha cultivado en la familia, pues teníamos propiedades en Paucartambo, de mi madre, y en Anta y en Zurite, de mi padre.

 

P.M.  ¿Cuáles son los hábitos de los cusqueños para el consumo del tamal?

 

T.M.  Uno que otro viene a servirse a media mañana, pero por lo general el cusqueño compra para llevar a su casa. Pero lo que a mi más me favorece es la gente que vive afuera, porque nosotros hacemos los tamalitos y los congelamos. El cusqueño que viajaba se llevaba carne, quesos, pero ahora la mayoría  lleva tamales. Los hábitos están cambiando, ya muy poca gente consume carne de vaca, y los quesos no vale la pena llevarlos desde aquí porque allá son más baratos, pero  no hay familia que no se lleve sus tamalitos. Tenemos un termómetro, cuando pagan a los jubilados y a los maestros también aumenta la venta.

 

P.M.- Como empresaria has vivido también cambios radicales ¿qué es lo que más recuerdas en el campo de las contribuciones, leyes laborales, etc.?

 

T.M. Te voy a decir que en mi caso no ha sido difícil, porque por ejemplo en esta última temporada que la SUNAT está controlando todo, yo cumplo con todas las normas, tengo una contadora que me pone al tanto de las leyes y los cambios, y siempre estamos cumpliendo al dedillo, como se dice, por lo que no he tenido problemas nunca. Yo creo que la persona que tiene una pequeña empresa debe pagar impuestos, yo los pago con gusto, pero a veces es apretada la situación, y ya no hay cómo, pero hay que pagar, a como dé lugar hay que pagar. Siempre he tratado de ser  buena empresaria, cumplidora de las obligaciones, tenía mi certificado de trabajo del Ministerio de Salud, y a todos los empleados los hacía chequear y los tenía con su carnet de salud al día.

 

P.M. Esta relación con el maíz te ha permitido también ver los cambios que ha vivido el Cusco económicamente, por ejemplo el cambio de uso de la tierra. ¿Qué cambios te han sorprendido más, ya sea en la comercialización, en la producción, en el agro en general?

 

T.M. A mí, lo que me da ira es  que el  productor del maíz tiene que vender a los intermediarios, y el intermediario te vende a precio de oro. Eso  no le beneficia en nada al que ha sembrado. Pienso que el Banco Agrario es una cosa muy necesaria, y que no ha debido extinguirse en el Perú, especialmente en el Cusco, porque en el Norte tienen muchas otras facilidades, aquí la agricultura es muy difícil, no se puede sacar más que una cosecha al año, además del clima, tenemos tremendas heladas, por otro lado, muchos agricultores no pueden cultivar adecuadamente porque les falta capital, los pequeños agricultores trabajan mucho y su cosecha no es muy buena, y uno tiene que buscar un maíz de calidad, de lo contrario el tamal no sale bien, tiene que ser maíz de primera, para poder obtener un tamal de primera.

 

P.M.- Remontémonos hacia 50 años atrás. Cuando hacías esos  tamales solo para tus amigos o tu familia, ¿pensabas qué algún día te iba a sostener económicamente?

 

T.M.- ¡No! ¡Nunca!

 

P.M. ¿Cómo fue qué pasó?

 

T.M.- Mi mamá hacía cosas muy ricas, pues tenía mucho gusto para la cocina. Ella tenía una receta muy de casa y yo la reformé para hacerla comercial, industrial. Le aumenté cosas, cambie el uso de algún ingrediente, y lo puse en pequeña escala para que no  encareciera el producto.  Pero la base fue la receta cacera  de mi madre.

 

P.M. ¿Qué circunstancias te llevaron  a emprender tu pequeña empresa?

 

T.M.- Bueno, yo me casé con una persona muy buena en 1940 y me fui a la montaña cuando tenía 18 años.  El sitio era inhóspito, pero sabíamos cómo darnos nuestras comodidades. Teníamos un equipo de luz, música, y más que todo, libros. Tenía amigos que mensualmente me mandaban libros y me dedicaba a leer y a colaborar con mi esposo. Nos fue bien una vez. Sacamos una  buena cantidad de dinero y compramos una casa, un carro y también una chacra. Pero como los mineros son locos, en tres años ya no había casa, ya no había carro y tuvimos que volver a ir a la montaña. Pero esta vez, a un lugar menos rentable, pues también se le ocurrió vender el terreno del cual habíamos sacado bastante oro, y compramos otro que no sabíamos bien que es lo que tenía. Yo me ocupaba de la casa, y también del trabajo, pues había treinta o cuarenta obreros a los que debíamos  alimentar. Incluso llegué a atender partos, sin estar preparada al respecto, porque eran emergencias que de súbito ocurrían en un lugar remoto, ubicado a varias horas del pueblo más pequeño. Al mismo tiempo, me dediqué a criar aves, y tenía un huerto. Cosechábamos repollo, coliflores, vainitas, rabanitos, y todas las cosas que en la montaña espontáneamente crecen, pues pones la semilla y de inmediato crece, no es como en el Cusco que hay que estar detrás todo el tiempo. Siempre cuide mucho nuestra alimentación, por eso hemos regresado de la montaña, sanos, sin ninguna enfermedad. Porque la base para la salud en cualquier lado, pero aún más en la montaña, es la alimentación.

 

Luego,  regresamos al Cusco por una temporada y convencí a mi esposo para no volver a la montaña, pues era un absurdo, no había futuro. Comencé a hacer mis tamales, caseramente, para un pariente que tenía un pequeño local en la Plaza San Francisco. Luego entré en sociedad con un tío mío, Felipe Yábar,  que tenía  la “Panificadora San Martín” en la Av. de la Cultura, frente al Colegio Clorinda Matto. Él me propuso que me hiciera cargo de la tienda, donde se expendían panes; había una empleada y yo supervisaba todo, pero tenía que ir a las 6 de la mañana,  y salía a las 7 de la noche, sin tregua. Tomaba desayuno,  almorzaba  y comía allí. Lamentablemente, la panificadora quebró, pero yo me quedé con el establecimiento y lo pude mantener preparando tamales, pero también puse una heladería. Además se preparaban cosas chiquitas para las niñas del colegio de enfrente, pero como era un colegio nacional, no fue tan rentable que digamos. Estuve varios años allí, pero  tuve que viajar a Estados Unidos, adonde mis hermanas, cerré el establecimiento y tenté de trabajar aquí en la casa, pero como la clientela me conocía, me siguió y, a Dios gracias, no me faltan.

 

P.M. ¿Era común en el Cusco que las mujeres en ésa época trabajaran?

 

T.M. No. Y hubo alguna amiga que me dijo: Hay qué vergüenza que estés en una tienda trabajando, vendiendo panes. Yo respondí inmediatamente, eso no es nada malo, yo me siento tranquila porque tengo mi tiempo ocupado, haciendo una cosa  que es sana y a la que concurre toda la gente sana también.

 

P.M. ¿Cómo era el trato con tu clientela?

T.M. Sobre todo de amistad. Como era frente al Colegio Clorinda Matto de Tunrner, las profesoras casi todas eran mis amigas. Por ejemplo en muchas ocasiones, cuando les enviaban un encargo, un paquete, un telegrama, yo los recibía con gusto, y ellas los venían a recoger. Ahora, con los niños he sido siempre cariñosa, pero quien era más cariñoso con ellos era Lázaro, mi esposo; a cuanto niño le caía simpático, se veía obligado a invitarle un helado. Así que, como le gustaban tanto, compré un carro para que hiciera movilidad escolar. Pero cuando estaba de vuelta e iba camino a Mariscal Gamarra  y a Magisterio, de donde eran la mayoría de esos niños, paraba en la tienda y les invitaba helado a todos. Con los años, eso me proporcionó una cosa muy especial, el día que falleció apareció un grupo de unas doce jovencitas entre los 12 y 15 años, trayendo una corona de flores -cada una, una flor- para la persona que las había movilizado mientras eran niñas. Fue muy emocionante.

 

P.M. ¿Cómo te criaron tía?

 

T.M. Mis padres eran una pareja ideal, nosotros nunca los hemos visto disputando por ninguna cosa. O tal vez, cuando tenían algún problema que resolver, ellos esperaban que nosotros nos fuéramos al colegio, o saliéramos por alguna cosa, y así arreglaban sus diferencias.

 

P.M. ¿Cuántos hermanos eran?

 

T.M.-  Nosotros éramos cuatro mujeres y un varón.

 

P.M. ¿Ellos han tenido el mismo espíritu comercial que tú?

 

T.M. No. Mi hermana Livia nació maestra. Fue educadora y vivió en Huaraz porque se casó con un huaracino; se fue a Chiquián, donde la querían tanto que cada año le hacían un homenaje por el día de la madre. Mi hermana Aurora también fue una mujer muy fuerte, que trabajó con su esposo en la maderera que tenían en la montaña. Mi otra hermana Hermelinda, también trabajó siempre, era secretaria en la Municipalidad de Lima. Pero ahora se han ido las tres a vivir a los Estados Unidos. Yo soy la única que vive en el Perú.

 

P.M. Recuerdo que has tenido muchos trabajadores, pero para ti no solo eran empleados, sino casi tus hijos. Les enseñabas un oficio, y aún más….

 

T.M.- Es una de las satisfacciones grandes que me ha dado la  vida. Tengo uno, por ejemplo, que ahora es director de un colegio en Quillabamba, Damián Huamanguillas,  un muchacho que vino con quinto de primaria, estuvo los cinco años de media, trabajaba durante el día y estudiaba de noche, aunque el momento que podía estudiaba, porque en las tardes tenía mucho tiempo, ya que en las mañanas era el trabajo más intenso de producción. Nosotros les dábamos casa, comida y estudio. Después tengo a otro, su hermano Mario Huamanguillas, que también concluyó sus estudios. Pero que es un caso muy triste para mí, pues estudió enfermería, y se fue a su pueblo de enfermero, y allí contrajo una enfermedad y se murió. Recuerdo también a otro muchacho, Sócrates, de Puno, un chico excelente, estudiosísimo, que ahora es catedrático en la Universidad de Puno. Años después, me lo mandó a su hijo para tenerlo en las vacaciones, con una carta muy linda que decía: “Mamita, no le pagues nada, pero que aprenda a trabajar y ser disciplinado como he aprendido yo”. El chiquito era excelente, estuvo los tres meses y le di su buena propina. Él quisiera volver cada año en las vacaciones, pero como ya está en años superiores, ya no le da el tiempo. Después tengo otro chico, Teófilo Masías, que trabaja en un juzgado aquí en el Cusco. Él también vino con quinto de primaria, estudió toda la media, concurrió un poco a la Universidad, pero se tuvo que retirar pues tenía horarios incompatibles. Bueno, yo les daba facilidades para estudiar, pero ellos tenían que decidir si lo hacían.

 

P.M. ¿Cómo llega tu colaboradora Juanita a tu casa?Parroquia Santísima Trinidad de Mariscal Gamarra

 

T.M.  De niñita llegó a la casa de mi mamá, tendría unos tres añitos. Vivió muy cerca de mi madre, la cuidó con toda devoción, y después se ha quedado conmigo. Ahora ella es la que lleva el trabajo, la economía de todo lo lleva ella, yo no tengo ninguna desconfianza con ella porque es como una hija.

 

P.M. ¿Cómo era tu día cuando estabas al frente de tu tienda en Avenida de la Cultura?

 

T.M. Ah! Eso era pura fatiga. Me levantaba a las 5 de la mañana, me acostumbré a bañarme por la noche, porque eso me hacía descansar, me relajaba para dormir, pues todo el día tenía que estar parada.

 

P.M. ¿Qué personajes recuerdas haber atendido en  tu tienda?

 

T.M. Recuerdo mucho a Belaunde Terry, cuando en su primera campaña,  iba todos los días a tomar desayuno a la tienda con un ingeniero que le  decían “Pisotón”, que era el que pagaba la  cuenta, pues Belaunde era pobre. Era una persona muy simpática y muy educada.

También tuve un cliente muy misterioso, del que nunca llegué a saber su nombre, muy correcto, muy ordenando, pero nunca pude preguntarle su nombre pues no daba ocasión. Venía a tomar desayuno y lonche, luego venía un catedrático de la Universidad, le tocaba claxon y él salía. Fue un misterio que duro muchos años.

 

P.M. ¿Qué te parece la nueva situación económica e industrial del Cusco, en comparación a “tu tiempo”? Ha habido grandes cambios, por ejemplo la venta de la Cervecería Cusqueña, que era una institución para nosotros?

 

T.M. A mí me da mucha pena esa venta, pues los accionistas han quedado mal parados, con sus acciones muy comprometidas. A propósito, me acuerdo de algo que también me dolió mucho. Una vez, cuando recién comencé a trabajar, los trabajadores de una fábrica hicieron una huelga, en una casa que está en Arcopunco, y el médico que los atendía me pidió por favor que hiciera el esfuerzo de levantarme a la cinco de la mañana y que preparara jugos para los que estaban en huelga de hambre, pues él venía con vitaminas y refuerzos, para que esa gente no se enfermara. Ahora esas fábricas dan pena, se han extinguido completamente, quedó un montón de gente fuera de las fábricas. Quebraron los propietarios y los obreros. Y la gente que fomentaba eso, era gente que no trabajaba, tenían la idea política de querer hacer todo por todos y no hacían nada por nadie.

 

En la época de Velasco, hubo un descontento terrible en los agricultores, en todos en realidad, porque fue un cambio brutal y la educación misma cambió radicalmente. Todo era diferente, hasta los valores. Pero lo que daba más pena eran los agricultores, cuantos me decían, señorita, ya  no le puedo traer maíz porque nos han quitado la hacienda. Lloraban porque no tenían trabajo, ni ellos ni sus obreros ni nadie. Todo se encareció brutalmente, el azúcar, los insumos para todo lo que se producía, provenientes de la costa, todo subió radicalmente. Al principio cuando comencé a trabajar, para conseguir una cantidad determinada de huevos era un problema terrible, hasta que di con un viejito que tenía una granja en San Jerónimo, y era el único que producía. Ahora los huevos los traen de Lima y de otras partes, y los encuentras sin ningún problema.

 

Por otro lado, en relación con el funcionamiento de mi economía, hay el problema de los papeles que te exigen, sin reconocer lo que pasa en la realidad. Por ejemplo, yo compro la carne en DIMAR. Decidí comprar allí a pesar de que su precio es mayor que en el mercado, ¿por qué?  Bueno, es de buena calidad y seleccionada, pero sobre todo porque te dan factura y yo necesito justificar mis compras a la SUNAT. El azúcar también lo compro con factura, pero hay muchos insumos por los cuales no te la dan. Por el maíz, por ejemplo, nadie  te da  factura, en algunos casos solo boleta. Pueda que no estén obligados, pero yo necesito factura porque es lo que me exigen.

 

P.M. Tan problemático como el maíz será la fruta

 

T.M. ¡Sí, claro! Nuestra especialidad es el jugo de papaína con tumbo, que le encanta a todo el mundo.

Me acabo de acordar de una cosa muy curiosa. Un día estábamos almorzando con mi papá y mi mamá, y el almuerzo era chuñocola, y llegó Eduardo Marnanillo, se acercó a saludar y dijo, yo no me muevo de aquí si no me invitan esa chuñocola. Y se sentaron a la mesa su mujer y él. Desde entonces, por un tiempo largo, me pidieron pensionarse para el almuerzo. Como dos años los tuve almorzando en la casa.

 

P.M. Solías salir un mes de vacaciones

 

T.M. Efectivamente antes tomaba mi mes de vacaciones, pero ahora no se puede. Tengo la suerte de que Claudio, el Chino,  que es un joven que trabaja conmigo, maneja, así que me lleva a pasear en el Volkswagen. Claudio es muy estudioso, es contador, es mecanógrafo, y cuando me dijo que quería ser chofer, estudió para chofer,  y le regalé el Volkswagen para que hiciera taxi. Luego me dijo: mamá, me quiero comprar un carro más grande. El ahorraba sus ganancias, pero aun así yo le aumenté mil dólares y se compró un carro más grande. Ahora sale a partir de las tres de tarde a trabajar y así hace su plata y está ahorrando para su futuro. Lo gracioso es que Juanita, mi mano derecha, se apellida Flores,  y Claudio también. Juanita viene de Anta, y Claudio de Ocongate, no tienen ningún parentesco entre ellos pero son dos Flores. Claudio vino de 8 años, era un niñito que daba pena, tenía una dentadura desastrosa y ahora se ha puesto una prótesis dental maravillosa. Y come muy bien, pues antes no podía comer mote ni nada tostado, esas cosas un poco duras, ahora hasta del estómago ha mejorado.

 

P.M. Tienes una vida interesante para contar….

 

T.M. Como todas las personas de mi edad

 

P.M. Pero no todas las personas de tu edad han tenido un trabajo como el tuyo, que ha sobrevivido a muchos cambios sociales y regímenes laborales.

 

T.M. Además tenía la situación particular, que tenía mis padres que eran ancianos. Cuando mi papá estaba muy enfermo, dejaba a mi esposo en la tienda y me iba a cuidar y estar con mi papá. A la hora en que estaban los clientes, a esa hora estaba yo para atenderlos personalmente, y luego regresaba con mis padres. Luego de que mi padre muriera, redoblé el cuidado de mi madre, y desde entonces ha vivido sin sentir prácticamente la ausencia de su consorte. La llevaba en la mañana a la tienda hasta que se cansara un poco, y cuando me decía “me quiero ir” la traía a la casa. Ella murió a los 96  años.

 

P.M. Además tú manejabas.

 

T.M. Y eso es una ventaja, así podía ir a ver a mi mamá, y además también poder traer cosas, llevar el almuerzo, traer el almuerzo. Antes hacía cocinar en la tienda, la casa estaba cerrada, pero luego cuando mi papá y mi mamá vinieron a vivir conmigo, que fueron muchísimos años, tenía una cocinera, la Juana segunda, que era una mujer buenísima, y ella preparaba el almuerzo. Por teléfono me avisaba que ya estaba el almuerzo e iba a recogerlo, y eso me daba una gran tranquilidad.

 

P.M. Otra cosa que recuerdo con mucho cariño, es el entrar y salir de tu tienda a la gente de Radio el Sur.

 

T.M. Gilberto Muñiz, el dueño y gerente de la radio, prácticamente armó su equipo de colaboradores en la tienda. Invitaba a uno y a otro,  y con ellos parlamentaba, primero parlamentaba con uno, y luego el invitaba a otro y así. Sus sesiones duraban a veces toda la mañana, mientras tomaban su café, su jugo, sus tamalitos.

 

P.M. Tú te has convertido en tía de mucha gente…

 

T.M. Si pues, por eso la tienda se llama “Café de la tía Marina”.

 

P.M. Es un símbolo de parentesco  espiritual….

 

T.M.  Sí, y  hay mucha gente cariñosa…

 

P.M. Tú pareces tener una olla sin fondo…

 

T.M.  Soy una persona muy sencilla. Lo que te tengo lo invito. Cuando hay alguien que llega a la hora de almuerzo, le digo, quédate a almorzar. Ofrezco  lo que en ese momento tengo y no me desespero porque las cosas sean super abundantes ni nada.

 

P.M. ¿Cómo te sientes ahora?

 

T.M. Me siento con una gran tranquilidad de espíritu, y ahora me siento más tranquila, porque he regalado mis libros, yo tenía una buena cantidad de libros,  y he prestado muchos  que no me los han devuelto,  pero ahora al revisar mi lista veo que está completa,  y eso me da mucha alegría. Yo tenía muchas cartas y papeles de la época de Ñanguey, ahora los he desaparecido, porque digo, a la hora que me muera, a nadie le va estar haciendo gracia estar leyendo mis cartas y mis papeles, y con dolor he roto muchas, pero la verdad que me he quitado un peso de encima, me siento más ligera, a mi edad en cualquier momento se presenta la muerte y yo no le tengo miedo, porque tengo paz, tengo tranquilidad,

 

P.M. Qué libro es el más te ha gustado.

 

T.M. El que me ha gustado más es el Quijote, lo abre leído, no te exagero, por lo menos unas seis veces, de principio  a fin cuando vivía en la montaña. Tanto que me sabía de memoria algunas partes. En la montaña te provoca leer, pues la gente trabaja hasta las 4 o 5 de la tarde, luego de disponer que se les diera su comida, nosotros también comíamos temprano, y después teníamos música, radio, unas hamacas, me echaba en la hamaca y leía hasta las dos o tres de la mañana. Tenía muy buena vista. También recuerdo con mucho cariño el libro el Día de las Flores, que me lo prestó Cipriano Caller, y que trata de todo lo que es la vida, y de todo lo que debe ser la mujer en el transcurso de su vida,  así como lo que debe ser un hombre. Nunca más he vuelto a ver ese libro.

 

P.M. ¿Y cómo crees que debe ser la mujer?

 

T.M.  La mujer debe ser amable,  positiva, es decir siempre pensar en positivo, no amanecer y decir: hay cómo me irá hoy día, me irá bien, me irá mal. No, nada de eso, uno tiene que decir estoy amaneciendo y hoy día me tiene que ir muy bien,

 

P.M. ¿Cómo ves a las mujeres de hoy con respecto a tu época juvenil?

 

T.M. Yo veo que mucho ha cambiado para mal. Hoy veo que las niñas ahora se van a una discoteca tan tranquilas, sin pedir permiso al padre o a la  madre. Hacen de su vida un festín. A nosotros nos enviaban a las cuatro hermanas a la matinée, y mis padres nos llevaban, nos tenían sometidas a una reglas que ahora entiendo que eran buenas, en ése entonces zapateábamos de cólera, sobre todo si alguna ya tenía enamorado, pero tampoco nos privaban de recibirlos en la casa. Ahora no es así, todo es en la calle.

 

P.M. ¿Con respecto al cuidado de la piel? Tú hasta ahora tienes un cutis admirable.

 

T.M. Me lavo con agua fría en la noche, y con agua fría en la mañana incluso hasta medio cuerpo. Todos los días, hasta hoy.

 

P.M.  Además tienes una manicure excelente

 

T.M.  Yo no puedo estar con las uñas de cualquier  manera, me encanta tener una mano presentable, me gustan los anillos y los adornitos. En todos mis sacos tengo un prendedorcito aunque sea pobre, pero lo tengo bien puesto. Yo creo que una mujer tiene que ser femenina. A toda edad, y no hay justificación para dejarse. Mi madre se levantaba, y se peinaba con un peinado alto que era difícil, que al final se lo hacía Juanita, o yo, con un moño adelante, con una especie de tupe, y todo levantado de atrás. Mientras tanto decía, este vestidito ya no me voy a poner hoy día, ya me he puesto dos días, y escogía otro vestido. Era muy escrupulosa, y hasta la hora de morir ha sido la persona más limpia que he conocido en la vida, y coqueta, siempre arregladita.

Desde que me levanto, así como pienso en el vestido pienso en los aretes y el anillo… Eso se lo debo a mi mamá, pero mi papá también tenía unas cosas muy buenas. Tenía su filosofía propia, era muy derecho y nos enseñaba a estar bien siempre.

 

P.M. ¿A quién te pareces más a tu papá o tu mamá?

 

T.M. Creo que a los dos. Mi papá era muy tranquilo, y mamá era muy enérgica, quería que las cosas se hagan rápido y bien hechas, pero ambos eran muy ordenados. Yo entiendo que el orden en mi trabajo es una cosa sustancial. Por ejemplo con la plata: hay que juntar los primeros días del mes, para pagar a la  SUNAT,  los seguros y todas esas cosas; luego a partir del 15 hay que juntar para la luz, teléfono, agua. La luz especialmente es muy onerosa, y fin de mes ya hay que estar sumando las compras que equivalgan a la cantidad que SUNAT nos impone, y si no alcanzas a la cantidad que te impone, los cuatro últimos días tenemos de todas maneras que hacerlas. Ese orden lo heredado de mi padre, y la energía de mi madre.

 

P.M. Quizás sea algo impertinente, pero, económicamente,  tú nunca has podido contar con tu marido, y has tenido que vértelas sola.

 

T.M. Sí, así ha sido. Mucha gente me decía, qué bien has hecho en darle ese trabajo e la movilidad escolar a Lázaro, llevando niños, pues se sentía realizado. Durante los años en la montaña, fue un hombre muy trabajador, un ejemplo de dedicación y muy cumplidor de las normas con los obreros. Teníamos como un botiquín, y yo atendía a todos los obreros que estuvieran mal. Era un hombre muy bueno, muy suave, pero como le había ido tan mal en la montaña, ya no daba para más. Pero cuando asumió lo de la movilidad, le entró de alma.

 

P.M. Tus sobrinos.

 

P.M. Mis sobrinos han sido mi mundo. Cuando mi hermana estaba ausente, se venían conmigo. Eran unos traviesos, pero yo no los restringía siquiera, porque sabía que a la hora de la hora tenían que portarse bien; conmigo se portaban bien, ¡muy bien!

 

P.M. Construiste tu casa

 

T. M.Hice  una ampliación. Cuando planeábamos  venirnos a esta casa, Lázaro me dijo: Creo que no vamos a poder pagar nosotros esta casa. Cómo no vamos a poder, le dije, tenemos que poder, de todas maneras. Así que nos vinimos a vivir aquí, y resultó una casa comodísima.

 

P.M. Nunca recuerdo haberte visto mal puesta, siempre has cuidado de tu persona y de  tu feminidad y siempre usaste tacones.

 

T.M. Ahora es diferente, ya no son muy altos, pero algo de tacón mantengo. Jamás me he permitido estar desarreglada. Tengo una costurera, una señora muy buena, que tiene muchos hijos,  que me hace todos mis trajes (y eso también es una ayuda para ella), y tengo la suerte de tener hermanas que viven en el extranjero y me envían alguna que otra cosa.  De rigor una vez al mes voy a la peluquería. Pero también alegro mis días con momentos variados. Ahora a mi vejez no me levanto muy temprano, porque no precisa, pues Juanita se levanta antes que yo. Luego hago mis ejercicios, rezo mi rosario y mis oraciones. Luego ayudo en el trabajo, pues de todas maneras siempre hay que vigilar. Luego algunos días tengo un grupo de juego con personas muy simpáticas, y dicen que soy la que más bulla hago y la que más festejo los momentos que estamos juntas. Y a pesar de que estoy con la vista disminuida, siempre hago mi “geniograma”. Ahora, nos hemos dedicado a hacer galletas de diferentes clases, la gente se aloca también por las galletas, hay toda una clientela especializada en las galletitas.

 

 

Comentarios   

0 #1 JAVIER MONTERO CHICC 25-02-2018 16:51
Muy interesante el artículo y entrevista a esta gran señora.
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