jorge nuezEl señor del huayno

Gracias a Roberto Wangeman, músico, musicólogo y folclorista, tuve noticias del libro Encanto y celebración del Huayno, de Rodrigo Montoya, publicado por la Dirección Regional de Cultura del Cusco.

Este venía acompañado por un CD,  a cuyo cargo había estado Roberto, con lo mejor de las canciones de los dos más importantes cultores del huayno: Jorge Núñez del Prado y Edwin Montoya.

Roberto, como lo hace siempre  que tiene una novedad, nos invitó a escuchar el CD. Apenas puesto el compacto, ya no solo me tamborileaban las manos, sino que los pies se iban por sí solos, llevando el compás del más pícaro y alegre huayno que los cusqueños solemos bailar: “Por la puras”.  De inmediato, le pedí a Roberto  el teléfono de Jorge  Núñez del Prado, a quien logré hacerle una entrevista, que reconozco es la  más  surreal y divertida que haya realizado esta periodista.

 

Entrevista a Jorge Núñez del Prado

Por Patricia Marín

 

Patricia Marín. Muchas gracias por recibirme en su cuartito, tan especial, lleno de cintas y objetos que tiene que ver con sus afectos y su vida personal. Me decía que su mamá lo entregó a la Virgen del Carmen de Paucartambo…

 

Jorge Núñez del Prado. Sí, y me enseñó a rezar, y ahí la tengo como a una reina, y ella me ayuda.

 

P.M. Ha regalado mucha alegría, uno escucha su acordeón y se le instala la sonrisa

 

J.N.P. Le hablaba de mi madre, pues le debo todo lo que soy; ella me ha engreído mucho.

 

P.M. ¿Cómo se llamaba su madre?

 

J.N.P. Rosario Ismodes de Núñez del Prado. Cuando yo agarraba mi melodio, ella gozaba, se olvidaba de todo, de todo (risas). Era la verdad,  ella…ya se fue…Ya no es lo mismo la vida, como decía un tío mío: “Yéndose ella ya no son verdes las colinas, el río tampoco canta y el sol para mí ya no alumbra”. Ya no es lo mismo, viviendo ella todo era muy cierto.

 

P.M. Pero su acordeón no deja de sonar.

 

J.N.P. ¡Y tanto sonar! (risas) Son 52 años tocando el acordeón. Pero todo salió de la nostalgia, a ella le gustaba que tocara; ¡cuántas veces me iba hasta Paucartambo a darle una sorpresa!, llegaba de improviso, y le cantaba. Ella era telegrafista, entonces golpeaba la puerta de su oficina y le decía ¿no habrá correspondencia para mí? Mi mamá perdía los papeles (risas) y se olvidaba de todo, hasta de saludar (risas). Y luego tocaba el pampapiano (melodio o piano de pampa), que mi tío me regaló, que data todavía  del siglo XVI.

 

P.M. ¿Y todavía lo tiene?

 

J.N.P. . Ese instrumento lo llevó mi tío a Paucartambo, porque allí los arreglaban; eran especialistas en ese tipo de trabajos. Lo que quería él era celebrar sus misas en las alturas.

 

P.M. ¿Su tío era sacerdote?

 

J.N.P. Sacerdote franciscano, llegó a ser guardián del templo de San Francisco. En la obra “Yo pecador”, José de Guadalupe Mojica cuenta que mi tío lo había conquistado; y de artista lo convirtió en sacerdote y lo puso en el coro de La Recoleta. Allí yo lo he visto cantar; lo escuchaba con tanta dulzura.

 

P.M. ¿Cómo se llamaba su tío?

 

J.N.P. José Antonio Núñez del Prado Vera. Él trajo el pampapiano para arreglarlo y se demoró un poco más de lo que pensaba, y cuando llegó, mi padre me mandó llamar y me dijo: “Toca para tu tío”. Para su sorpresa ya sabía tocar, le dediqué alguna pieza… de inmediato me dijo: “Tú te quedas con eso, ya no lo quiero, es para ti”. Después ya no lo solté, entonces me iba a la iglesia que estaba al costado de mi casa, y aprendí a cantar misas, los coros en latín, algunos harawis. Formamos un grupo de muchachos de la escuela y así pasé mi infancia hasta el sexto grado en Paucartambo, un lugar irremplazable, porque en Paucartambo hay la jurca, y cuando quieren algo, te visitan en la casa con su ponchecito de habas, su cariño, sus galletas Victoria (no galletas María). Y entonces era el agasajo y nos comprometían a nosotros para que vayamos a la iglesia, o a mis parientes para que vistan de angelitos; esa era la costumbre (no sé cómo será ahora). Así abrí mis ojos a las danzas y el oído a los cantos.

 

P.M. ¿Qué es lo más valioso de Paucartambo para usted?

 

J.N.P. Paucartambo ha tenido hombres probos, humildes, pero grandes, uno de ellos fue un presidente de la República, el doctor Serapio Calderón, estuvo horas, nomás, sentado en el sillón presidencial, pero Paucartambo ya tiene su presidente. Después de eso aparece un extraordinario obispo, el ilustrísimo Pérez de Armendáriz, que nació en un terrenito junto al río, que se llamaba Hierbabuenayoc, ahí nació este hombre. Luego, llegó a ser rector de la Universidad, y decía unos sermones tan hermosos que la gente llegó a quererlo; igual que mi tío, también era orador, y al final de sus días, había dejado dicho como su última voluntad que lleven su lengua a Paucartambo para que la conserven en formol, y así la conservan… (risas) como un homenaje a su labia. Y está ahí todavía; esas cosas me inspiraban, me conmovían…

 

P.M. ¿Tendría su grupo…?

 

J.N.P. Teníamos y nos trompeábamos también igualito.

 

P.M. ¿Recuerda algunos nombres?

 

J.N.P. ¡Ah! Quintín Villalba, por ejemplo… Casi la mayoría de mis compañeros ya se han muerto, yo nomás estoy aquí, perdiendo la memoria, me estoy olvidando hasta de morirme…

 

P.M. ¿Cuántos años tiene usted?

 

J.N.P. Soy el agente 077 (risas)... Mi tierra ha sido privilegiada, porque antes no habían colegios, sino en la capital de la provincia. Entonces no había colegio secundario; así sería la ley, qué sería… y entonces, de los villorrios cercanos a Paucartambo venían los chicos a educarse en la escuela. Todos éramos iguales, intuitivamente aprendíamos el quechua de ellos y ellos aprendían el castellano de nosotros, y nos trompeábamos y canjeábamos nuestros juguetitos. Yo recuerdo que mi tío me regaló un camioncito, pero había un muchacho que movía una piedra pizarra en forma de carrito y lo convencí para canjearle el carro, y me quedé contento con la piedra pizarra ¡Así es el niño!

Entonces, mi escuela era una hermandad y en Paucartambo todavía se respeta esa tradición, aunque vaya el presidente de la República, a todos se los reciben igual. Y de allí vamos a la Mamacha, eso es lo bonito de Paucartambo. Y también hay el cerro Tres Cruces, que es un santuario natural que surge ya en la cordillera oriental, que es la última cordillera. Desde este lugar se divisa hasta el Atlántico; ¡fíjese que tal distancia! Entonces, Kosñipata es un valle donde hay mucha neblina (kosñi quiere decir neblina); entonces, el sol sale al amanecer desde el Atlántico e ilumina un horizonte inmenso, se ve bailar el sol de alegría, cambiar de colores y, finalmente, nos arrodillamos ahí ante ese paisaje natural. Y mucha gente va, pero todavía no hay comodidad, pronto habrá comodidad y podrán ver de cerca…

 

P.M. Esperemos que lo conserven…

 

J.N.P. Sí, eso también es preocupante, porque, cuando una vez hablé con José María Arguedas, a quien tuve la suerte de conocer, le conté sobre los ajetreos de ir a Lima por primera vez y él me dijo algo que después he entendido: “Dios quiera que esas danzas no vayan a parar manos inexpertas”. Esta fue su palabra y está ocurriendo un tráfico descarado y eso sí me conmueve, porque yo pertenezco a otras épocas de oro, donde teníamos un lugar, un apellido, una sangre y un pueblo glamoroso.

 

P.M. ¿Cómo se aficionó a la música?

 

J.N.P. Estaba terminando secundaria en un colegio del Cusco, y vi un acordeoncito en una tienda que estaba junto a la iglesia de la Merced, era uno kiosco de un señor Rivero Sánchez.

Entonces me entusiasmé por el acordeón y fui donde mi papá y le dije: “¡Cómprame!”. “¿Cuánto será no?, ?me dijo? yo te compro, pero, primero, quiero ver si vas a saber tocarlo y, segundo, si sales invicto el quinto año de media”. Aprobé invicto el año y le dije a mi papá: “Aquí está mi nota”; y como ya tocaba el pampapiano, que es casi una derivación, le toqué un valsecito que a él le gustaba “La flor del capulí”: “Una mañana a tu ventana llegué y me enamoré de tu bella hermosura, pero, tirana, con cuánta ternura mi corazón al momento te entregué, que me juraste un día tu amor, no, negrita, no por Dios, me juraste un día tu amor y al momento te di un capulí”. Eso le gustaba, así que se lo toqué y se lo canté y me compró el acordeón. Con ese acordeón mi vida cambió totalmente. Por ejemplo, mis hermanas decidieron casarse el mismo día en Paucartambo y contrataron a esos conjuntos folklóricos, y recuerdo que me uní al grupo, y toqué 15 días con ellos, allí aprendí lo que era tocar el acordeón…

 

P.M. ¡Qué buena escuela!

 

J.N.P. Sí, así fue. Al poco tiempo falleció mi papa en un accidente de aviación y ya todo cambió: se desgranó la mazorca de maíz, no porque no hubiera afecto, sino, porque que todos éramos unos pichoncitos que habíamos vivido en un solo nido y cuando quisimos volar se acabó el nido. Entonces, yo pensé y dije: “Me quedaré en Kosñipata (mi padre tenía un denuncio de 200 hectáreas con bosques de una madera muy fina)”; pero me di cuenta que los amigos de mi papá bebían 15 días y 15 días trabajaban, entonces yo dije: “Este va a ser mi destino voy a terminar alcohólico, ¡no!”. Regresé donde mi mamá y le dije que no podía acostumbrarme ahí.

Entonces, mi mamá vino con su pasaje y me dijo: “Mañana te vas a Lima; he hablado con tu tía, te va a hacer trabajar y tú te presentas a San Marcos”. La voz de mi madre era ley, calladito abordé el avión, pero quería regresarme al día siguiente porque una de mis tías me recibió mal, me dijo: “¿Cómo se les ocurre venir a Lima?, habiendo Universidad en Cusco. Tú estás viniendo a molestar”. No sabía dónde poner la cara, no había pensado eso, pero ahí comenzó mi padecer. Tenía que resolver el problema de mi alojamiento y, finalmente, trabajando encontré a un amigo (que ya se ha muerto también) que me recomendó una habitación por el jirón Junín (frente al Congreso, ahí alquilé una habitación. Todas las mañanas iba de ahí a San Marcos, a la Casona, la universidad que siempre nos acogió, incluso nos daba un horario especial para los que trabajábamos ¿qué bondad no? Y había unos profesores extraordinarios, para mí eran dioses, nunca había pensado encontrar genialidades.

 

P.M. ¿Recuerda algunos nombres?

 

J.N.P. Bravo Arias, Jorge Bueno Castañeda, Manuel Beltrois, que era una eminencia en cultura, después estaba Luciano Castillo y también Rey Freire y así…

 

P.M. ¿José María Arguedas?

 

J.N.P. A él lo conocí como periodista; nos reuníamos en la casa de un periodista que vivía en el jirón Ica, Hernán Velarde Vargas y con Alfonsina Barrionuevo, su esposa. Hermanados, nos convocaban una vez al mes, y ahí sí iba Arguedas, Ciro Alegría, el cholo Luis Nieto. Alfonsina o Hernán salían con su periódico, El Comercio, el uno y El Sol del Cusco, la otra, donde sabían publicar sus versos de amor para conquistarse. Entonces, se ponía Hernán y decía: “Yo te conquiste con esto”; y Alfonsina respondía: “Yo te contesté”…y así, se hacía una noche hermosa, y todos cantábamos, yo tocaba el acordeón.

 

P.M. ¿Cómo conoció a Wilfredo Quintana?

 

J.N.P. Una noche me fui a Chorrillos donde un amigo, nos amanecimos, era sábado y el domingo viene un amigo y me dice: “¿Oye te has mudado de cuarto?”.  “No”, le dije. Fuimos de inmediato a ver, y no había nada, solo un bollo de chocolate… todo me robaron. Ya me había hecho mis ternitos en la sastrería francesa (me gustaba vestir, me gustaba ir al jirón de la Unión a coquetear). Estaba preocupado y tampoco era capaz de decirle a mi mamá, se hubiera muerto. Ya tenía que afrontar mi vida.

Entonces, en San Marcos conocí a un amigo, que era alférez. Le conté mi drama y me dijo: “Mi hermano va a llegar del Cusco, seguro encontraremos un cuarto para los dos”. Efectivamente, en la primera cuadra de la avenida Brasil, encontramos un cuarto y hemos vivido con respeto, con criterio de delicadeza; no podíamos dejar nada sucio, teníamos que lavar nuestra ropa para ahorrar un poco. Él era Wilfredo; tenía su guitarrita y un radiecito antiguo donde se podía sintonizar emisoras de otros lugares. Toda la noche escuchaba Radio Huancayo, Radio Tahuantinsuyo del Cusco, entonces estábamos al día…Créame que hasta ahora no puedo dormir, si no es con mi radiecito.

 

P.M. ¿Y cuál fue su primera composición?

 

J.N.P. Ah, eso tiene su historia, ya estaba haciendo mi vida bohemia y compuse un huayno como prueba, nunca le di importancia, y así decía: “A mí me dicen borracho, porque tomo unos tragos de vez en cuando, enamorado dicen que soy, porque me gustan las mamacitas de vez en cuando, y si borracho yo fuera, borracho, borracho estaría todos los días, si enamorado yo fuese, nunca por nunca te olvidaría, sino de vez en cuando…”. Y eso caló en mi pueblo y lo cantaban en sus reuniones.

 

P.M. ¿Cuándo comenzaron a grabar?

 

J.N.P. Mis primos me decían que debíamos grabar, y nos pusimos a buscar dónde. Fuimos a visitar Sono Radio que quedaba por el Paseo de la República, y un poco que nos pusieron condiciones mercantilistas y ése no era nuestro objetivo, así que volteamos la esquina y fuimos al Virrey que estaba en la avenida México. El dueño había sido un general García, de la fuerza aérea y nos llegó a estimar. Hicimos la prueba con un señor Romero que estaba de jefe de folklore y nos citó para una prueba en su casa. Fuimos de corbata, a las doce en punto del día, era toda una ilusión. Llegamos y en la calle Los Brillantes tocamos el timbre, subimos la escalerita de ese mármol antiguo, me acuerdo como si fuera ayer; previamente un traguito que se llamaba capitán, luego nos dijeron toquen, y comenzamos como si fuera algo ya natural para nosotros, de repente aparece una muchacha bonita, con su charola de capitanes. “¡Qué bonito tocan estos muchachos!”, dijo. La miramos y era Pastorita Huaracina. Era la pareja de este señor Romero.

Y así grabamos tres disquitos de 45, no más ¿no? Sólo de prueba y tuvimos acogida, nos volvieron a llamar, y después nos hicimos amigos del general, porque ya nos veía como muchachos universitarios, pues, porque al que llegaba de allá no lo recibían así, tenían que tener una cierta situación (risas). Y así fueron como 20 long plays, uno cada año.

 

P.M. ¿Cuál fue el éxito que más le sorprendió?

 

J.N.P. Mire, yo hice un huayno que nunca pensé que iba a ser un éxito, le puse “Por las puras”. Ese huayno cuenta un episodio de mi vida cuando estaba en el colegio, en Cusco. Los domingos había las famosas retretas que tocaba la banda de la Guardia Civil o Republicana, creo, y las chicas hermosas salían con sus vestidos nuevos, todas primorosas, florecitas encantadas.

Hasta ese momento, yo no pensaba en amoríos, todo era deporte. Los padres nos tenían desde temprano jugando y jugábamos para los panes del desayuno y a veces no teníamos panes para tomar desayuno.

Pero un domingo me escapé del internado, arriesgando que me iban a expulsar del colegio. Salí por la música que estaban tocando y me encontré con una chica linda, de ojitos de vicuña, color canela y no sé, intuitivamente, comencé a seguirla por la avenida El Sol y tal había sido mi obsesión que metí mi pie a un hueco y me fracturé. ¡Que dolor!, y la chica siguió su viaje, ni se dio cuenta. Y dije: “Ahora me van a coger que me he escapado. Me van a expulsar. ¿A dónde voy? Yo no conozco el Cusco. Dios mío, ¿qué hago?”.  Así que pensé un poco, no sé cuánto tendría de sencillo, con mi dolor paré un taxi. “Llévame al colegio”, le dije, y me dejas en la última escalera. Me llevó, y como me dolía, comencé a gritar y apareció un cura. “¡Padre, ?le dije? me he caído de las escaleras, estoy mal!”. Y me llevó al Hospital Lorena para que me pongan yeso y así estuve un tiempo en el colegio cuidándome el pie y me libré de la escapada (risas). ¡Increíble!

Bueno, pero ya me había prendado de la chica, y de nuevo me escapé, me puse, mi pantaloncito nuevo y entonces. ¿Qué curioso no?, la volví a encontrar y comencé a seguirla con más decisión que antes. Su padre había sido jefe de la Estación del Ferrocarril, y entré por un callejón y luego a un chalet de dos pisos, parece que la mamá me miró y me soltó a los perros que me atacaron, me hicieron trizas mi pantaloncito nuevo, y así llorando regresé al colegio, no conté a nadie, pero ya me quedaba algo para inspirarme…

 

P.M. ¡Bastante!

 

J.N.P. Bueno la chica se casó con otro ¿no?, así todo fue por las puras, pero viví muchos episodios, y uno que no está en el huayno, es que la invité al cine Colón, y la chica invitó a tres amigas más, yo vivía de propinas pues...

 

(Risas)

 

J.N.P. Y ahí había unos chocolateros. Para los que conocen el Cusco, había unos jóvenes que tenían su cachito marrón, sus botones de militar y ofrecían chocolates. Así que total vino el hombre, imprudente ¿no? “¿Chocolates?”. ¡Uyyy!, y la chica dijo: “Sírvanse”. Yo estaba que moría, porque el hombre tenía que pagar ¿no? Así que se escogieron los chocolates más caros y me dijeron: “Tú, Jorgito, ¿qué te sirves?”. “¿Yo? un caramelito, no más”, dije…

 

(Risas)

 

J.N.P. Porque tenía que calcular. Bueno, todo esto pasé y cuando vine acá sonó mi teléfono, era la chica ya casada, era integrante de una agrupación de señoras que iban a la cárcel de mujeres, y me pedía que fuera a hacer un espectáculo. Ella sabía que tocaba, pues le había dado tantas serenatas, pero eso escuchó mi señora y me dijo: “¿Cómo, sabiendo que eres casado, te llama?" Así que dije: “¿Para qué me meto en líos?, se acabó y nunca más”. Y comencé a recordar y dije: “Todo lo que he pasado por esta chica”… Si le contase todo lo que he pasado.

 

(Risas)

 

J.N.P. Hasta desplantes, y por las puras, esa es la lección de “Por las puras”.

 

P.M. Con razón gusta tanto…

 

J.N.P. Sí pues, posiblemente, muchos se identifican, porque han vivido lo mismo que yo. Casi nadie se ha casado con su primer amor.

 

P.M. ¿Y hace cuánto tiempo que no va al Cusco?

 

J.N.P. Estoy extrañando el Cusco. Desde que falleció mi señora, ya no hay por qué vivir.Le compuse un huayno “Carmencita” y así hicimos nuestra vida, porque el casado casa quiere y busqué mejoría para tener una casa, acá hemos vivido con ella más de 30 años. Con ella era feliz. Eso valió, nadie le gana a uno lo vivido. Pero, no es lo mismo cuando se van los padres, se va la esposa, ya no… Pero queda en mí el espíritu del artista.

 

P.M. Usted tiene una alegría natural, auténtica…

 

J.N.P. Sí, y cuando estoy en público, hasta cuento chistes (risas).

 

P.M. ¿Y a Wilfredo cómo le va? ¿Dónde está?

 

J.N.P. Wilfredo tuvo otra vida. Estaba estudiando para dentista, y conocimos a unas muchachas enfermeras, lindas chicas de Arequipa y con Wilfredo dijimos: "Es mucho para nosotros ¿no? No las vamos a enamorar, que las enamoren otros. Nosotros no, ¿palabra? ¡Palabra!”

Nos dimos cuenta que había mucho interesado, porque eran profesionales y costeaban para la fiesta y nosotros tocábamos, todo el edificio nos quería. Entonces, ahí estaba Wilfredo, y un día se presentó un catedrático de la Facultad de Odontología, que funcionaba en la primera cuadra de la avenida Brasil.

Entonces, este personaje enseñaba a hacer dentaduras preciosas, era un artista, pues, y congenió conmigo bastante, pero qué ocurre, que se enamoró de una de ellas y ella estaba enamorada de Wilfredo. En aquellos tiempos, seguramente, había esos prejuicios, yo no sabía, después me enteré que este catedrático lo jaló tres años seguidos. Y él se desanimó, y buscó mejorar su vida, se enamoró de Amanda Portales, tuvo una hija. Se le complicó un poco la vida, dejó el estudio y se dedicó a la música, ahora tiene sus grabaciones, sus hijos ya son jóvenes, pero mantenemos el mismo criterio, porque ya hemos dejado una huella que no esperábamos, yo al menos aprendí a componer.

 

P.M. Ya había  una responsabilidad para con el público.

 

J.N.P. Sí, eso se basa en algo importante ¿por qué estamos así? ¿Por qué a nuestra música la están depredando? Los huayños, los harawis tan enternecedores, llenos de dulzura, de poesía…, ahora, cualquiera se los agarra, le quitan las letras, arañan y lo convierten en ruidos estridentes. Yo digo: “¿Por qué tanta desdicha? ¿Por qué no hay un organismo que, por lo menos, los conserve?”. Ahora que hay tanta tecnología, que conserven los huaynos tal cual fueron, con las mismas letras. ¿Por qué le vamos a quitar ese derecho a los más jóvenes? Imagínate, es un atropello.

 

P.M. ¿Y no quisieran regresar al Cusco para actuar?

 

J.N.P. Yo he tenido buenas invitaciones, inclusive tengo, si quisiera regresar al Cusco, pero no sé, quisiera estar un poco más tranquilo, porque Paucartambo es siempre mi delicia, pues alguna vez he ido para sentarme en el banquito de la plaza de Paucartambo a mirar su iglesia desportillada por el tiempo y regresar…

 

P.M. ¿Seguro que le ha compuesto muchos huaynos?

 

J.N.P. Cuando llegó el Papa Juan Pablo II, no sé, tenía el imperativo de dejar algo a mi Mamacha Carmen. Desde acá es bien difícil grabar de un día para otro ¿no? Pero, la Mamacha me ha ayudado, porque debían coronar a la Virgen de Belén, que es Patrona del Cusco, pero la Mamacha ganó el proceso desde Roma. Entonces, cuando iba a llegar el Papa, casi no aterriza en el Cusco, mal tiempo, qué sé yo, pero mandé un casetsito que había grabado, creo que fue el disco que más dificultades tuve tal vez, como una prueba, dicen:

 

Mi Mamacha Carmen, eres coronada

por el Santo Padre porque te lo mereces.

Avanza mamita por la carretera

con tus peregrinos, con tus danzarines.

Mamita del Carmen, vuelve, vuelve pronto

a mi Paucartambo que el río amenaza.

Con las bendiciones que tus nos prodigas

Florecen los campos y mi pueblo crece…

 

Yo sé que el papa Juan Pablo II se ha llevado el casetsito, no sé dónde se lo habrá llevado, pero para mí fue grande que se lo haya llevado.

 

P.M. ¿Y luego pudo grabar el disco?

 

J.N.P. Lo grabé y tiene una anécdota hermosa, ¿cómo es Dios, no? Quería ir a Paucartambo para entregarle este huayno y otros más a la Mamacha, entonces se presentó la oportunidad, el alcalde nos dijo: “Vamos a Paucartambo”. Y a las 5 de la mañana, en ómnibus, nos fuimos con los Cápac Negro. Me acuerdo que el cura se había venido de ejercicios, creo, entonces fui por Tullumayo. Me acordé que había un cura Villasante, paucartambino, que había sido párroco de Taray, creo, en Calca, y estaba saliendo con su maletincito negro y me reconoció. “Campesino”, me dijo. “Padre estoy viniendo a buscarlo, y no quiero escuchar la palabra ‘no’, así que mañana vengo a las 5 de la mañana a recogerlo”, pero faltaba hostia, faltaba el vino de misa.

“¿Qué hago?”, así que me fui al Convento de Santa Clara, hay un torno ahí, le dije: “¿Madrecita, podría venderme hostias?”. “¿Cuánto quiere?”, me dijo. “Quiero para ir a Paucartambo”. Me acercó las hostias. “¿Cuánto le debo?”, pregunté. “No me debes nada”, me dijo. Luego me fui al Chinito y le dije: “¿Quieres ir a Paucartambo?”. “Sí, compadre”, me dijo. Y yo le dije: “¿No tienes vino de misa?”. “Sí tengo, acá está dos botellas”. “¿Cuánto te debo?”. "Nada”, listo (risas) y nos fuimos llevando el vino, las hostias y al cura.

Saliendo del Chinito, me encuentro con Abanto Morales. Él había sido de otra religión, mormón, y le dije: “¿Qué haces acá, Lucho?”. “Hermanito ?me dice? mi hija se ha casado con un cusqueño, fabricante de muebles y he venido a verla”. “¿Y qué haces mañana?”, le dije. “Nada”, me dijo. “Entonces, vamos”, y nos fuimos con él a Paucartambo.

Así que llegamos a la iglesia, estaba toda empolvada, la barrimos, no habíamos invitado a nadie, pero cuando entramos con el cura, la iglesia estaba llena de feligreses, así es en pueblo chico. Así que contentos empezamos a cantar al pie de la virgen, y de repente veo a Abanto Morales de rodillas, llorando, y se acercó y me dijo: “Desde ahora soy cristiano para siempre”. Así pues nos abrazamos. Todos lloraban. Esa es una anécdota hermosa ¿no? Porque él ya era pastor y cada vez que nos vemos me abraza, gran artista y gran cantante.

 

P.M. Y ahora, ¿Los Campesinos se encuentran para ensayar?

 

J.N.P. Hay telepatía entre nosotros, ya ni nos miramos la cara, y no repetimos lo mismo. Tengo más de 350 canciones. Generalmente, se canta “La profesorita”, “Por las puras”, y después hay otra lindura de huaynos, hay uno que estamos cantando últimamente:

 

Linda paisanita ¿qué tienes?

¿Por qué no me miran tus ojos?

Será porque tienes otro dueño

Pero yo ya tengo otra mejor

Cada vez que veo el sitio donde juraste amarme

Lágrimas me faltan para llorar

Corazón me sobra para querer

¿Creerás que estoy llorando?

¿Creerás que estoy sufriendo?

La vida estoy pasando.

 

Y entonces, fíjese cómo es el rencor, estaba con resentimiento, y a mí me encanta cantarlo, porque de repente en algún momento me he identificado con aquel huayno, que no es mío ¿ah?

 

P.M. ¿Qué está componiendo ahora?

 

J.N.P. Estoy haciendo un villancico. Todavía no lo he terminado. Se va a llamar “Espiga de pascua” y dice:

 

Corderito, santa gotita de luz

Espiga de pascua, niñito Manuel

Lisiados y ancianos sienten sus dolores

Piden fantasías cantan villancicos

La alegría espera, camina la fe

que el niñito sana, que el niñito cura.

Lanzan por los aires bastones, muletas

sillas solidarias, sueños mutilados

Ellos quieren curarse.

La alegría espera, camina la fe

que el niñito sana, que el niñito cura.

 

Todos le pedimos al niño que nos a cure, y ése es e

 

l motivo del villancico.

 

P.M. Muy conmovedor…

 

Y como le digo, hace diez años que me dediqué. Desde que falleció mi señora, dije: “¿Por qué no hago villancicos? ¿Será porque me estoy olvidando de ser niño?”. Recuerdo mucho una clase de filosofía del doctor Antonio Astete Abril, que decía que para ser filósofo hay que sentarse en la piedra de un río, meditar y convertirse en niño. Eso se me quedó y me dije: ¿Por qué no puedo volver a ser niño?”. Y empecé a hacer villancicos.

Para suerte mía, a una señora, Margot Palomino, le ha gustado y ya hemos dado como seis o siete recitales, pero para un pequeño público no más, en el Instituto Cultural, con el pampapiano, pues, al estilo como yo tocaba en Cusco. Porque nuestro corazón se ablanda, como cuando nos abrazamos entre niños cuando cantábamos al pie del niño Jesús.

 

P.M. ¿Cómo surgió el nombre de Los Campesinos?

 

 

Para escondernos un poco, creo (risas).

 

P.M. Pero nunca se habrán hecho más visibles.

 

Como digo, nuestros huaynos en Paucartambo es lo más graneado para ellos.

 

P.M. ¿Los dos decidieron al unísono ser Los Campesinos?

 

Sí, y sin papel, sin ningún compromiso, si yo mañana digo me retiro, igualito me retiro. Pero es el publico el que nos invita a decir no te vayas. Curiosamente, hace quince días hemos actuado en el Gran Teatro Nacional, que queda por Javier Prado, ¡qué bárbaro!, ¡qué tal lujo!. Me quedé pasmado y recordé mis versos que de niño declamaba, cuando había una poetisa Teresa María Llona, ¿alguna vez ha escuchado? Que decía:

 

En el portal de Belén, sobre un pesebre bendito,

hay un niño más hermoso que un hermoso angelito.

A todos los quiere mucho y a todos los quiere igual

por eso se pone triste si alguno se porta mal.

Están San José y la Virgen de rodillas a su lado

y los ángeles del cielo para adorarlo han bajado.

Se llama el niño Jesús de amor y de alegría lleno.

Vamos a jugar con él y a prometerle ser bueno.

 

Ese fue mi primer verso en preparatoria, se los dije en ese teatro...

 

P.M. Y usted ¿es lector?

 

He leído, pero no mucho. Pero sí he leído mucho los misales y le voy a contar algo. Yo cantaba de niño en el ofertorio unos harawis, porque las misas eran en latín, hasta donde yo he podido llegar, cantábamos “Apuyaya Jesucristo” en quechua fluido ¿no? Y después dicen que los evangelizadores no pudieron enseñar castellano, ellos tuvieron que aprender quechua y al ver estos harawis que estaban dedicados al Dios Pachacamac, que era el Dios creador absoluto de lo visible e invisible, entonces no tuvieron otra cosa, y al ver unos versos tan lindos creados por aquellos poetas que eran los harawicoc, los que se encargaban de difundir este tipo de música sacra y también de música de amores, o sea, había dos clases de harawis: uno para Dios y otro para las mujeres, para las acllas del imperio y de ahí sale maravillas pues ¿no?

Entonces, yo cantaba en el ofertorio, que dice a ver si me acuerdo, un harawi: “En las alturas de la nieve, volando el cóndor está, y al paso dijo el cóndor ya llega la libertad”. Me da la impresión de que Alomía Robles, sin desmerecer ¿no?, como he buscado en los diccionarios, aparece como arreglista, pero no es compositor…

 

P.M. No me diga…

 

J.N.P. Uno, dos; estos versos parecieran que los Jesuitas hubieran consentido porque era prohibido cantar en las iglesias en el ofertorio ¿para qué? ¿Para dar una idea de lo que se venía? El pueblo peruano ya no conocía qué era libertad, tantos años de opresión, y entonces la Iglesia jugó también un papel importante…

Y coge este harawi y lo difunde en las iglesias, en los templos. Yo de niño escuchaba y eso es lo que he memorizado porque el sentido de las letras nos invita a otra cosa…

 

P.M. No necesariamente a arrodillarte ¿verdad?

 

J.N.P. Y es evidente que Alomía ya vino después, llegó a ser un gran músico, como Armando Guevara Ochoa, que pone el huayno, el harawi al pentagrama, pero también recoge la esencia del pueblo.

 

P.M. ¿Y ahora nuestro huayno genuino debería tener ese rol?

 

J.N.P. ¡Evidente! porque le voy a decir que mis huaynos tienden a esto. No es lamento:

 

¿Cómo me quedo sin tus caricias, sin tu mirada, sin esos besos?

Triste llorando y solitario, así me quedo prenda querida.

¡Ay!, negra mía, no me abandones, sabes lo mucho que yo te quiero.

Antes de amarte me hubiera ido por otras rutas muy lejanas, mejor hubiera sido eso.

Cómo recuerdo esos momentos tan felices que pasamos,

bajo la luna junto al arroyo, junto a tu pecho que hoy está lejos…

 

Eso es una esperanza perdida, pero llena de alegría. Por eso vivimos y por eso quisiera que usted trasmita esto.

 

P.M. Lo voy a hacer.

 

 

 

 

Comentarios   

+1 #1 Teodosia Quintana Or 13-01-2018 15:19
Excelente por esa entrevista,felicitaciones
Me llena de alegría y me conmueve esas declaraciones
del Amauta de nuestra canción peruana,que bello es una hermosura leerlos y mucho más escucharlos,,los mensajes de sus canciones me hacen reflexionar y siempre estos bellos recuerdos perdurará por siempre.La mamita del Carmen proteja su salud con su manto bendito.
Citar

Escribir un comentario


Código de seguridad
Refescar