"Mi símbolo es el maíz"

A los pocos días de su 96 cumpleaños,  el 24 de noviembre del 2013, por la mañana, murió Marina Olivera Yábar de Willis, más conocida y querida  como “La tía Marina del Cusco”.

Un brindis en el Molino

 

Por: Patricia Marín

 

El Cusco…. Inagotable caja de sorpresas. Uno puede recorrer cualquier dimensión en su espectro y se encontrará con una historia. No solo aquella que hicieron los Incas y los españoles, sino otras, más modernas y plenas de genuino mestizaje del siglo XXI.

 

En estos días, el que no cae, resbala en el controvertido “El Molino”, que sin duda es el gran centro comercial cusqueño.  Atiborrado de mercadería diversa,  cuyo origen también es diverso, pues el contrabando procedente de Bolivia se legaliza con boletas de venta. Pero si uno tiene un local para vender en ese lugar puede hacer buen dinero, pues la clientela está asegurada.

 

 

Al menos yo, con frecuencia decepcionada  por la oferta en los bazares locales, suelo dar amplios recorridos dentro de “El Molino” buscando alguna “curiosidad” que valga la pena llevarse para el guardarropa o para la casa.  Un sábado de aquellos, mi marido y yo, concentrados en lo que andábamos buscando,  fuimos seguidos y finalmente “detenidos”, por un hombre de ojos claros, rostro jovial y maneras educadas.

 

“¿Es usted José Carlos Huayhuaca?”, le dice a mi marido, con una expresión de expectativa. Él, sorprendido, asiente, lo mira de hito en hito y tras unos segundos eternos, veo que le brota una súbita y amplia sonrisa: “¡Samuelito!”, y se dan un fuerte, cálido abrazo. “¡De cuánto tiempo! ¡Qué gusto!”.

 

Sí. Había pasado mucho tiempo desde que “Samuelito” (ahora un hombre en su cincuentena)  llegara a la ciudad del Cusco, siendo un niño campesino de la comunidad de Pujyura, enviado por sus padres a incorporarse al hogar de los Huayhuaca del Pino, para trabajar como “a-la-mano” e ir al colegio, según las costumbres de la época y sin duda aún de hoy, en esa sociedad. José Carlos, entonces, le doblaba en edad, pues tendría unos 18 ó 20 años, y era un joven universitario que un par de años después se iría a Lima a continuar sus estudios, para no volver (salvo en ocasionales visitas de muy pocos días). Nunca más vio a Samuelito… hasta ese inesperado reencuentro en “El Molino”, unos 40 años después. Ahora ambos eran unos hombres mayores, a quienes su reencuentro los habría llenado de un torrente de recuerdos que no llegaban a expresarse, como no fuera indirectamente.

 

Muy rápido, Samuel nos puso al día. También se había ido a vivir a Lima, luego a Estados Unidos, luego de vuelta a Lima. Se casó y trabajó en mil cosas, hasta finalmente asentarse como chef en diversos hoteles y restaurantes. Ahí se le ocurrió una idea empresarial. Como había hecho un pequeño capital con su trabajo, volvió al Cusco y ahí abrió un restaurante de pescados y mariscos. Lo sostuvo a puro músculo durante un tiempo, pero como la clientela no respondía, tuvo que cerrarlo, perdiendo toda su inversión. Recomenzó de fojas cero, pero felizmente no le faltaron fuerzas para hacerlo, no obstante los requerimientos de mantener una familia ya con varios hijos (uno de ellos, vivió durante un tiempo en los países escandinavos).

 

En el momento en que nos encontramos, Samuel, sin duda un hombre encantador y muy creativo, ya estaba en otra cosa, esta vez exitosa: ¡Un bar ambulante, ubicado en “El Molino”! De inmediato nos llevó hasta su quiosco: a mí me preparó –a una velocidad de profesional- un Maracuyasour, y a José Carlos una chicha morada. Mientras degustábamos ambas deliciosas y muy bien presentadas bebidas, desfilaron numerosos clientes al paso. Lamentablemente no podíamos quedarnos a charlar con Samuel, pero insistió en que el día sábado era su mejor día y nos pidió que regresáramos para verlo en acción.

 

Así fue. Estaba vestido de barman y se movía con la agilidad de un experto en la materia, pero además la calidad de sus bebidas (¡ofrece 24 tipos de tragos y cocktails!) superaba con creces a muchas que nos habían preparado en altaneros locales del centro histórico.  Otra vez los clientes que pedían  la diversidad de sus mezclas, prácticamente no lo dejaron conversar con nosotros. Sin embargo,  se dio tiempo para prepararnos un gigantesco “Machu Picchu”, compuesto de varios licores de colores diferentes, que le hacían lucir como un arcoíris. Nos encantó. Mientras lo compartíamos con dos “cañitas”, tuvimos la oportunidad de observarlo y ver cómo el inteligentísimo y gracioso niño campesino que José Carlos había conocido hacía tantos años, era ahora un original empresario urbano, operando  con éxito en el corazón simbólico del Cusco emergente que es “El Molino”. ¿Cuál es el nombre de su puesto? ¡“El Tío Sam”, nada menos! ¡Salud querido Samuel!

 

Los primeros años de nuestras vidas son, en muchos casos, la clave de nuestras decisiones futuras. Así, sin darse cuenta, un niño  cuyo padre era un empresario de salas de cine, terminó convirtiéndose en uno de los fotógrafos cinematográficos más importes de nuestro medio; pero no solo eso, sino también un fotógrafo cuyo lente se interesa más en las personas que conoce y aprecia, antes que en el individuo o los grupos anónimos, o en el paisaje que los rodea.

 

Cusi Barrio, el Cusco de sus recuerdos y la fotografía como vocación natural

 

Entrevista de Patricia Marín

 

 

Patricia Marín. Comencemos desde el principio ¿en qué colegio estudiaste?

 

Cusi Barrio. En qué colegios…. Esto es muy gracioso, porque mi padre nos andaba cambiando todo el tiempo de uno a otro colegio. Pero  empezamos en La Salle.

 

P.M. Habría alguna razón seguramente…

 

C.B. ¡Por supuesto! ¡Nunca me gusto el colegio! Era muy mal estudiante, realmente de los malos.  Pero ¡ojo! que en ésa  época la educación en el Cusco tampoco era de las mejores. Cómo hubiese querido estar hoy día en  el colegio. Me pusieron en La Salle porque que quedaba al frente de mi casa. Allí terminé la primaria y pasé a media,  pero ahí mi padre decide y nos saca a todos y nos manda a Ciencias.

 

P.M. ¿Por qué razón?

 

C.B. Seguramente que dijo: a estos los voy a enderezar y los  voy mandar a un colegio de hombres. En Ciencias todavía existía el  Tumbamulas  que era el instructor de disciplina del colegio, y era todo un personaje; era enorme y muy desagradable. Pero ahí estuve solo dos o tres años, luego volvimos  a La Salle y de ahí nos ha mandaron a Salesianos.

 

P.M. ¿Cuando dices hemos, te refieres  a todos los hermanos?

 

C.B. Así es. Cuando salíamos, salíamos todos. Kori, Iván, Siwar y yo.  Nosotros hemos estudiado  con el  horario partido, desde las ocho hasta cuarto para las doce y  de cuarto para las dos a cuarto para las cinco.

 

P.M. ¿En qué año terminas la secundaria?

 

C.B. Entre los 16 y 17 años. Pero en realidad nunca la terminé. Yo tuve muy mala salud y  empecé a asistir al colegio como alumno libre,  solo iba a dar exámenes. En realidad,  el colegio para mí no existía; yo no tengo promoción, con eso te digo todo.

 

P.M. Tu padre Joaquín Barrio era un importante empresario en el Cusco, ¿qué tipo de negocios tenía?

 

C.B. Su historia es muy larga. Él se inicia con una carpintería  bien grande, pero empieza a hacer su plata con el terremoto del Cusco porque se encarga de  hacer las estacas para las carpas; de ahí hace un cine, luego el grifo; luego  alquila otro cine, que fue el Ollanta; y más tarde  empieza a vender carros...

 

P.M. Diversifica muy bien  su capital

 

C.B. Efectivamente.

 

P.M. Terminas la secundaria a los 16 años y te vas a Rusia…

 

C.B. Así es, era la época de Velazco Alvarado. El hermano de mi padre, Juan Barrios era comunista,   de los que viajaba a la Unión Soviética, y adoraba a mi padre. Cada vez que le llegaban delegaciones de rusos al tío Juan, los mandaba a que conozcan el Cusco y quien los atendía en el Cusco era el ingeniero Joaquín. ¿Quien estaba libre?  Cusi, y como yo manejaba los carros, era el  que los llevaba a pasear.  Y así es como conozco a Bernardo Saviesky (creo que se llamaba así), que hablaba muy bien el español y me preguntó que quería hacer y le dije cine pues, ah ya, me dijo ¿y quieres irte a Moscú? Ya pues, dije yo, y al mes me mandó un pasaje  más una beca, y  empecé a masticar un poco el inglés y me fui, así fue.

 

P.M. ¿Cómo fue tu estadía en Rusia?

 

C.B. El primer mes fue terrible me acuerdo, imagínate era sacar a un chico de 17, 18 años del Cusco, y a 20 horas de viaje ponerlo en la Unión Soviética, para mí fue una cosa muy fuerte..

 

P.M. Te chocó

 

C.B. La única forma de comunicarme era masticando mi inglés borroso, porque tampoco lo hablaba…

 

P.M. Te sentías incomunicado

 

C.B. Y no solo eso. Yo estaba acostumbrado al frio del Cusco, pero el frío de Moscú, ese sí es frío…

 

P.M. ¿Y cuánto duró tu estadía?

 

C.B. Un año y medio, no estuve más.

 

P.M. ¿Qué hiciste en ese tiempo?

 

C.B. Fotografía. Allí sí que me dedique mucho a aprender, me compré equipo, empecé a trabajar en el laboratorio.

 

P.M. ¿Tú tenías vocación de fotógrafo?

 

C.B. Te voy a decir las cosas claras: yo creo que en el fondo quería ser actor…

 

P.M. ¿Actor?

 

 

C.B.  Sí, y recién saco estas  cosas en mi cabeza ¿sabes por qué?  Yo era de  los que se robaba las fotos y los afiches de las películas que daba mi viejo en los cines  y las escondía debajo de mi colchón,  tenía   fotos  hasta de Clark Gable.

 

P.M. ¿Y por qué Clark Gable?

 

C.B. Me acuerdo que el proyeccionista del cine El Saldo se enfermó y los que sabían proyectar eran mi hermano Iván y mi hermano Kori, pero ellos simplemente ponían la película y luego timbeaban. ¿Y  qué es lo que  hacía yo? Pues  estar pendiente de los carbones, porque cada vez que el carbón se iba gastando yo tenía que corregirlo, y entonces me vi  en  una semana  “Lo que el viento se llevó”, ¡y en matiné y vermouth,  y nunca me aburrió!

 

P.M. ¿Cómo hacia tu papá para mantener el ritmo en los cines? ¿El cusqueño era cinemero?

 

C.B. Sí era muy cinemero. ¡Y ahora en el Cusco  no encuentras un cine!

 

P.M. ¿Qué películas llevaba tu padre?

 

C.B. Las que entraban al circuito comercial. Le mandaban la programación del mes, no necesariamente podía escoger. En todo caso,  El Saldo y el Ollanta se caracterizaban por tener los estrenos. Te estoy hablando de hace muchísimos años, por ejemplo: “La Novicia Rebelde”  en El Ollanta; y cuando se inauguró el cine El Saldo fue con  la película “Iván el Terrible”, este famoso largometraje ruso ¡yo estaba impresionado!

 

P.M. ¿Cómo era ir al cine en el Cusco?

 

C.B. El día domingo era la matiné, donde ibas con tu enamorada y era el punto fijo de reunión, y después te ibas a  tomar café.

 

P.M. ¿Y los padres  a la vermouth?

 

C.B. Sí y otros a la función de noche. Teníamos  tres funciones: la matiné  que iba de tres de la tarde a cinco y media a seis; vermouth de siete a nueve y noche de diez a doce pm.

 

P.M. ¿Qué anécdotas recuerdas de esa etapa?

 

C.B. Me acuerdo de “Servidumbre humana”, con Kim Novak  y Lawrence Harvey,  ¿qué edad tendría yo? 10 ó 12 años, era muy chiquillo pero reconocía perfectamente el sonido del momento en el que Kim Novak aparecía desnuda en  un claro oscuro, y salíamos volando de nuestro cuarto, veíamos esa parte y de vuelta a la casa…¡Era una película para mayores de 21 años, en función de noche! Yo vivía el cine,  pero  tampoco era un aficionado al cine como lo era Pepe Huayhuaca, claro.

Otra anécdota que recuerdo es la de haberme metido a ver “Woodstock” con Dany Zamalloa.  Pero fuimos  al primer “Woodstock”,  que fue la mejor, la producida por Scorcese. Era la primera vez en mi vida que  veía a a Jimmy Hendricks, Santan y otros rockeros ¡así que me dejé crecer el pelo hasta media espalda!

 

P.M. ¿Qué hacia la juventud de tu época en el Cusco  ¿dónde iba? ¿Cuáles eran sus afanes? ¿Tenían algún ideal, algo que perseguir o todo era bacilón?

 

C.B. ¡No, no! En esa etapa  yo la he vivido  con chicos mayores que yo, y lo que  me  gustaba era cantar,  así es como conozco  las famosas  guitarreadas con Coco Fernández y  nos reuníamos a cantar zambas argentinas, era de esa nota, no éramos de la otra ¿ah?

 

P.M. ¿Cuál era la otra?

 

C.B. Las discotecas donde no veías  siquiera con quien estabas. O las juergas en plateros.

 

P.M. ¿No estás hablando del Muki verdad?

 

C.B. Yo te estoy hablando del típico Nigth club, olvídate, el Muki no existía, yo te estoy hablando de cuándo tenía 17 años.

 

P.M.  Entonces ustedes forman  grupos  que cultivaban la música o se reunían para ir al cine…

 

C.B. Claro. Pero, ¡Ojo!, no es que yo “fuera” al cine, yo vivía ahí, el cine estaba ahí, era mi casa. Era el punto de encuentro con los patas, además iba mucha gente a la  matiné de los domingos.

 

P.M. ¿Y los domingos  en las mañanas qué hacían?

 

C.B. Tenía que ir a la  misa de la Compañía, pues, con mi ternito azul, todos los alumnos de Salesianos y María Auxiliadora, y luego teníamos que salir  a dejar el carné al Padre Pizarro, ¿dime cómo no voy a odiar todas esas cosas? Después de misa la nota era contactarse con las chicas, dar vueltas en la Plaza de Armas o meternos al Club Cusco.

 

P.M. ¿La Plaza de Armas de era un elemento vital para los adolescentes cusqueños?

 

C.B. ¡Ah! por supuesto,  ahora ya no lo es.

 

P.M. ¿Qué lugares se frecuentaba en la Plaza de Armas?

 

C.B. El Ayllu ya estaba allí, pero aún no existía el Picolo,   eso viene después.  Nosotros no íbamos a restaurantes. Donde sí íbamos era a las quintas, La Eulalía, Zárate, Etc. Etc. a comer chicharrones o lechoncito al horno. Siempre estaban ubicadas en  sitios donde tú podías ir a almorzar y a tomar chelas. La Plaza que era el lugar donde tú sabías que si te sentabas a las once de la mañana, automáticamente te encontrabas con tu gente, hoy día ya no es así.

 

P.M. O sacabas tu carro y dabas vueltas con tu enamorada

 

C.B. Cincuenta y ocho mil vueltas (risas). O en las noches cuadrabas tu camioneta en la bajada de la Cuesta del Almirante, en la puerta del Ayllu y tomabas  tus tragos con tus patas, y veías a la gente dar vueltas hasta las dos, tres, de la mañana,  además yo he cantado con esta mancha de Coco Fernández  hasta las tres de la mañana en el atrio de la Catedral, nadie nos decía nada y ¡ojo! cantábamos muchos huaynos, esa  es otra cosa interesante.

 

P.M. ¿Cómo comienzas a hacer fotos?

 

C.B. Con Teo Allaín, salíamos a hacer fotos de día.  Pero me compré una cámara y me aficioné mucho por la fotografía de noche, pero era sólo una afición, hacía fotos para mí, y las guardaba, hasta ahora tengo la misma relación con la fotografía.  Luego me vine a Lima y empiezo a hacer cine.

 

P.M. ¿Cómo comienzas a hacer cine?

 

C.B. Llego a Lima  y nuevamente estoy perdido. Lima en esa época era la gran ciudad, y me acuerdo haber estado en el departamento de Gonzalo Ruiz de Somocurcio, en la Residencial San Felipe,  era un sábado, y me dice: oye he visto a mi amigo Huayhuaca. ¡Dónde!  Le digo yo.  Al frente, me dijo. Inmediatamente me fui a ver Huayhuaca,  estaba en su departamento, aún  no tenía muebles y se sentaba encima de libros, y desde entonces somos inseparables. 

Parábamos con Wily Guevara, todavía no conocíamos a Reynaldo Ledgard, porque fue a través de Wily que conocimos a Reynaldo y a través de Reynaldo y Wily a Augusto Tamayo, y así empieza a crecer la mancha y empiezo a hacer cine. Así de simple fue.

 

P.M.  Como si fuera la cosa más natural

 

C.B. Efectivamente. Hicimos cortometrajes, y hasta un largometraje. Pero mi real afición a la fotografía, se da cuando conozco a Gianfranco Annichini y a Pili Flores Guerra, y me empieza a llamar la atención la fotografía cinematográfica, es decir  saber cómo iluminar los sets, por ejemplo.  Cada vez que veía una película me iba dando cuenta -porque  soy  absolutamente empírico, yo no he estudiado fotografía- e iba viendo esto o lo otro y sacando conclusiones  y dándome cuenta de  que la fotografía es simplemente dos más dos son cuatro, no hay más.

 

P.M. ¿Cómo era la década del 70 en Lima? ¿Cómo era el ambiente cinematográfico?

 

C.B. Nosotros nacemos con la Ley 19326, que la da Velazco Alvarado. Con el famoso COPROCI.  En esa época empecé a hacer cine con Pepe Huayhuaca, Lombardi había hecho dos cortos, y tres o cuatro nombres más que eran gente con visión, con ganas de hacer buen cine; pero luego hubo una cantidad de patas que se metieron y saturaron el mercado con cortos que hacían sin convicción, como si fueran salchichas. Pero no nosotros.

En esa época, tú hacías un cortometraje para que entre en exhibición, es decir a  los cines,  que era donde  realmente te iban a devolver la plata que habías invertido, para lo cual fácilmente podía pasar un año y medio. Había  cola, o empezabas en los cines de barrio, hasta  entrar a las salas de estreno porque el mercado estaba saturado.

 

P.M. ¿Cómo fue tu relación cinematográfica con Huayhuaca?

 

C.B. Hay dos formas  de aprender a hacer  cine. Una es cuando aprendes el oficio, y eso yo lo aprendí con  Lucho Llosa; pero el alma, el espíritu de lo que es el cine, eso, lo aprendí de Huayhuca. Y eso lo tengo claro en mi cabeza: cómo ver cine, cómo respetar las ideas. Yo iba con Huayhuaca todos los viernes a las  reuniones de “Hablemos del cine”, no decía nada pero escuchaba las broncas, durante  diez años he  consumiendo “hablemos de cine” escuchando a  Bedoya, a Juan Bullita, a Lombardi, a Reynaldo Ledgard,  Huayhuaca, Federico de Cárdenas, Nelson García, Chacho León… todos discutían y analizaban las películas, nacionales e internacionales. Fue la época en la que “Hablemos” tenía a su disposición el colegio Champagnat, que nos dio su cine y  hacíamos pre-estrenos, los  sábados estaba repleto.

 

P.M. ¿En ése entonces, económicamente era fácil producir una película?

 

 C.B. No, no era fácil.

 

P.M. ¿Más difícil que ahora?

 

C.B. Lo que pasa es que tú tenías que contar con un capital para hacer una película, evidentemente a Pancho Lombardi le fue muy bien  porque su cuñado , Zavala,  hizo con él  Inca Films, con un muy buen capital, e   hizo, no una, sino veinte películas. Y eso hizo la diferencia.  Tú no puedes hacer cine en ninguna parte del mundo si no tienes capital,  es así de simple.

 

P.M. ¿Cuáles son los hitos en tu carrera como fotógrafo cinematográfico?

 

C.B. Algunos  cortos que he hecho con Huayhuaca, especialmente “El luchador y “Los Conspiradores”, al margen de todos los problemas que tuvimos para la realización, se logró  una estupenda imagen.

Por otro  lado, rescataría algunas cosas de los largos que hice para Lucho Llosa.

 

P.M. ¿Y con respecto a la televisión?

 

C.B. Creo que lo que me ha dado  más satisfacción personal ha sido la realización de “La Captura del Siglo” (basada en la captura de Abimael Guzmán), porque reconozco que en esa producción  hay cosas que me han movido el alma.

 

P.M. ¿Eso fue para América Televisión?

 

C.B. Sí. Luego se puede reconocer mi mano, por ejemplo en  la telenovela “El Milagro”, con Sonia Smith,  hasta el capítulo 40.

 

P.M. ¿Cómo describirías actualmente el mundo de la televisión?

 

C.B. Hubo un momento al que todos le decimos “la era de oro”, que fue cuando existió América Producciones, bajo la administración de Crousillat, porque realmente se hacían telenovelas con un nivel impecable,  había gente que sí sabía hacerlas y de las cuales yo aprendí un montón. Se hacían 120 tapes de una hora y 120 tapes de media hora,  esto quiere decir  piso y exteriores por capitulo, y  además se agregaban diez más por si acaso.  Había un orden, y no se desperdiciaba ni un minuto de grabación; un nivel de trabajo sofisticado, donde no se permitía ninguna salida de la línea, y existía además,  un control minucioso de calidad;  si una toma no estaba bien hecha o no tenía buen audio se repetía, es en esa etapa que yo fui el brazo derecho de la producción, pero también por esa razón comencé a ganar el malestar de mucha gente, porque habían argentinos, cubanos…

 

P.M. ¿Estamos hablando de los noventas?

 

C.B. Claro, cuando se hace telenovelas  como “Luz María”, que costaba setenta y cinco mil dólares diarios por capítulo, pues todo tenía que estar muy bien cuidado.

 

P.M. ¿Estamos hablando de la era Crousillat?

 

C.B. Claro, estamos hablando de cuando el papá manejaba las riendas, no del hijo.  Pero ahí acabó la cosa, pues una vez que esa empresa quiebra, empiezan todos los problemas.

 

P.M. ¿Ya no se hacen telenovelas?

 

C.B. Sí, algunas,   para un consumo  nacional y que no han tenido éxito,  pues son muy malas.

 

P.M. ¿Qué crees  que está fallando?

 

Debe ser una de las razones por las que yo me fui de la televisión: la mediocridad. ¿Qué hacer ante eso? ¿Con quién estás discutiendo? Con un mediocre, que no conoce realmente el oficio, no es cierto?

 

P.M. ¿Es verdad que a los peruanos les gustan las cosas mediocres y lloronas?

 

C.B. ¡A por supuesto! Te voy a poner un ejemplo ¿cuántos años tiene “Al fondo hay sitio”? Cuatro, cinco años, y el éxito que tiene es impresionante, pero yo no puedo verla.  Esa es la televisión chicha, es la misma razón por qué gusta hoy día la música chicha.  Es la misma razón  por la que les gusta Álvarez. Me pongo a escuchar sus chistes, y yo digo ¿cómo te puedes reír de eso? Sin embargo la gente se mata de la risa; ¿qué haces ante eso? ¿Qué haces?  Me cuenta un amigo que hace documentales turísticos y de aventuras, que fue a presentar  su  proyecto al 4 y se reúne con un señor X,  gerente de contenidos, ve el proyecto  y le dice: “mira hermano vamos a poner las cosas claras, porque no me gusta perder tiempo y no me gusta que tú lo pierdas. Acá lo que nos interesa producir es “Al fondo hay sitio”, realitys, etc etc. Esto hermano, lo que me has traído, es para gente que piensa, nosotros no hacemos eso”, y son  ¡palabras textuales! Les da plata pues.

 

P.M. ¿Estarían apostando a un segmento de la población que no accede al cable y que no tiene oferta?

 

C.B. Pero por supuesto, y  no solamente eso, vamos a ir más allá todavía. Yo tengo a mi empleada del hogar, que va a mi casa una vez a la semana y  mientras va planchando ¿qué cosa ve? ¿Tú crees que ve cable, a pesar de que tiene la oportunidad? No, para nada; se está matando de la risa con su Laura Bosso, ¿qué haces ante eso? Esta hecho pues para esos niveles.

Pero sí quiero decir que el canal del estado, el canal 7, es la excepción, está mejor que todos, tiene cada vez mejor programación.

 

P.M.  Volvamos a ese trayecto donde comienzas a hacer cine pero también haces fotografía fija.

 

C.B. Empiezo a hacer bastante foto fija en los rodajes, y poco a poco comienza a fascinarme hacer retratos. Disfruto estar sentado delante de una persona tres horas hablando y disparando toma, tras toma.

 

P.M.  Es decir, finalmente descubriste tu camino dentro de la fotografía…

 

C.B. Así es , descubrí que me gustaba hacer retratos de grupos de gente o de personas, como Patricia Pereira, , cuando ella tenía 17 años, sentada frente a mí con la luz de una ventana…maravillosa… era una niña mujer, y eso era  “Carmín”, y yo lo capté con mi lente. Las tengo ampliadas. Ahora ¿qué edad tendrá Patricia? ¿50 años?

Otra que me gusta mucho, es un retrato de grupo donde  están Jorge García Bustamante, Gianfranco Annichini, Ronald Corazao, Huayhuaca y Augusto Tamayo. Todos en actitudes espectaculares, mirando a la cámara.

 

P.M.  Prácticamente tus sujetos fotográficos, son gente de tu entorno más cercano…

 

C.B. Diríamos que sí, porque para hacer una de esas fotos  tienes que tener un gran nivel de confianza con esas personas, tienes que conocerlas mucho; ellos deben sentirse fotografiados por un amigo, pues de lo contario no tendrían la soltura necesaria. Y ahí es que haces ¡clic! Lo que me interesa en el fondo, es el grupo humano, no la escenografía.

 

P.M. ¿Qué estás  haciendo ahora?

 

C.B. Estoy dándole vueltas en mi cerebro a un proyecto que se puede llamar: regreso a casa, o,  de vuelta a casa. A las seis y media de la tarde, parado al costado de un poste, en  la avenida Pardo, veo la cantidad de gente, de rostros y lo que hacen,  las combis, los buses, llenos de gente,  y gente   que pasa caminando apresuradamente luego de la jornada, o simplemente al final del día, es increíble…un señor que está, como “pegado” a la luna, o ese otro que está tendido...

Pero  también  me interesa muchísimo la luz, a tal extremo que tengo unas fotos de unos pasajes que hay en Miraflores a las seis y media,  siete de la mañana, ves unas calles con  tanta neblina que casi no ves nada,

 

P.M.  Si tuvieras que describir tu estética ¿como la describirías?

 

C.B. Esa es  una pregunta  bien complicada,  yo preferiría que otro me defina; y quizás cuando esa persona empiece a opinar, le  refutaría.

 

P.M. ¿Qué fotógrafos te han emocionado? ¿Tienes alguno que especialmente te guste ver o te haya influenciado?

 

C.B. Tanto como influenciado, no creo, pero sí me ha impresionado Ansel Adams por ejemplo.

Sus paisajes me parecen maravillosos, como maneja el sistema de zonas en el revelado, en fin… técnicamente me parece brillante. También  las  fotografías  del francés Henri Cartier-Bresson porque son imágenes  de un realismo impresionante de la vida en la calle. La famosa fotografía del beso me emocionó muchísimo. En otras palabras, a mi me emociona muchísimo el ser humano, en la situación en la que se encuentre. Eso me motiva.

 

P.M. ¿Tendremos pronto una exposición?

 

C.B. En primer lugar, ahora estoy revisando mi archivo, seleccionando lo que a mí me gusta, pero el tiempo nunca es suficiente y siempre se complican las aficiones personales con la vida cotidiana y el trabajo.