BinghamLas Tumbas de Machu Picchu:

La Historia de Hiram Bingham y la Búsqueda de las Últimas Ciudades de los Incas

 

Ya está en librerías,  publicado por el Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, el libro  Las Tumbas de Machu Picchu: La Historia de Hiram Bingham y la Busqueda de las Ultimas Ciudades de los Incas. Su autor es el norteamericano Cristopher Heaney, quien se encuentra en Lima para realizar una investigación sobre los intercambios entre intelectuales y antropólogos peruanos y norteamericanos a lo  largo siglo XIX, becado por el Institute of International Education, financiado por la Andrew W. Mellon Foundation y en asociación con la Pontificia Universidad Católica del Perú,.

Cradle of Gold, que es el título de la  versión original en inglés, fue publicado en el año 2010 en Nueva York, y es la investigación más completa que se haya hecho sobre Hiram Bingham y su descubrimiento de Machu Picchu. Valicha supo de él gracias a la siempre bien informada sobre el tema Bingham - Machu Pichu, Mariana Mould de Pease, cuando realizábamos el especial  por el centenario del descubrimiento al mundo de Machu Picchu. Cuando Patricia Arévalo, Directora del Fondo Editorial de la PUCP, nos informó de que Heaney estaba en Lima, rápidamente nos interesamos en concretar la entrevista que habíamos planeado hacerle desde la salida de su libro en inglés. Tras ponernos en contacto con dicho autor, les ofrecemos a título de primicia la presente entrevista, cuya traducción al español fue  realizada por José Carlos Huayhuaca.

 

Entrevista a Christopher Heaney*

Por Patricia Marín

Traducción : José Carlos Huayhuaca

 

 

Patricia Marín.- Un siglo después de su mayor hazaña, ¿qué grado de importancia le ha reconocido la historia, en Estados Unidos, a Hiram Bingham? ¿Cómo se evalúa sus acciones?

 

HeaneyEsta pregunta es muy buena. Entre los aficionados a la historia de la exploración, Bingham es famoso. Sin embargo, entre el gran público Bingham solo ha comenzado a ser conocido recientemente, con motivo del Centenario de Machu Picchu y la publicación de varios libros sobre sus aventuras y desventuras. Él es visto como un visionario, e inclusive como un héroe para algunos—sin embargo, el conflicto entre el Perú y Yale reveló que su legado era algo más complejo, y que hizo cosas aquí que prefirió mantener en silencio. Por tal razón, Bingham es más famoso, o tal vez infame, en el Perú que en Estados Unidos.

 

Cristopher Heaney.- ¿Qué tipo de persona era Bingham? ¿Cuál era su “psicología”?

 

 

Bingham siempre aspiró a la grandeza, y casi siempre creyó que estaba cien por ciento en lo correcto. Sus contemporáneos lo describen como una “personalidad superior”—simpático modo de decir que no toleraba no ser respetado. Provenía de una familia modesta pero religiosa, y sea como universitario de Yale, como historiador, piloto, explorador o congresista, siempre sintió que tenía que demostrar algo—y buscaba el punto más alto del respeto y la fama. En cierto sentido, era un visionario: era muy bueno en reconocer hechos nuevos, y cómo podía convertirlos en otras tantas oportunidades. Más que todo, tal vez, comprendió la importancia de la “imagen”: cómo hacer que Machu Picchu luciera lo mejor posible, como lucir él mismo lo mejor posible, y cómo la fotografía podía ser usada, en el siglo XX., para registrar hechos importantes, y para agrandar más todavía esa importancia. Pero a veces se pasaba de la raya, y enfatizaba la imagen en detrimento de la sustancia.

 

 

P.M.- Ahora hablemos de sus méritos objetivos, ¿cuáles fueron los de su obra en general, y en particular los de su descubrimiento de Machu Picchu?

 

C.H .- El antropólogo John Rowe escribió una vez que la arqueología inca en la región del Cusco comenzó con Bingham. No estoy seguro de que sea así  estrictamente,  pero es verdad que Bingham fue uno de los primeros (y el mejor financiado) en realizar algo muy importante: tratar las crónicas de los días finales de Vilcabamba, el reino independiente de Manco Inca, como un derrotero utilizable para ubicar el verdadero último asentamiento inca, en los valles que están más allá del Cusco. Bingham lo hizo instigado por Carlos Romero, Julio C Tello y el antropólogo norteamericano Curtis Farabee, y con alguna ayuda de Alberto Giesecke, pero su increíble éxito fue debido a su propio extenuante esfuerzo: Machu Picchu, Patallacta, el Camino Inca, Vitcos, Yurak Rumi, Espíritu Pampa/Vilcabamba—todos extraordinariamente importantes para el estudio de los días finales de la resistencia inca, y Bingham fue el primero en describirlos científicamente.

 

En cuanto a Machu Picchu mismo, sus exploraciones y excavaciones ahí tuvieron dos importantes consecuencias, aunque una de ellas no fuera intencional. Lo que se propuso, y logró, fue elevar a Machu Picchu como ejemplo supremo, no solo del desarrollo precolombino y del genio artístico de los antiguos peruanos, sino del conjunto de las Américas. Gracias a su promoción del sitio en la revista National Geographic, inició un diálogo acerca de los logros incas que aún mantenemos hoy–tal vez en detrimento de las sociedades preincas. La consecuencia positiva no buscada por Bingham, fue que la importancia que le otorgó a Machu Picchu estimuló a los intelectuales peruanos a ejercer presión sobre el Gobierno a fin de implementar una legislación enérgica relativa a la protección del patrimonio nacional. Tales decretos prohibieron la exportación de artefactos, la excavación sin permiso, y así revolucionaron el concepto que la gente tenía sobre excavación, contrabando y arqueología. Respecto a la arqueología, la historia de la legislación peruana se divide en “antes de Machu Picchu” y “después de Machu Picchu”. Y Hiram Bingham tuvo el alto honor de haber marcado la línea divisoria.

 

 

P.M.- Bingham se fue del Perú bastante resentido en 1915, "para no volver". ¿Quién tuvo la razón en el embrollo que tuvo con ciertos grupos y con el Gobierno?

 

C.H.- Para mí, esta es la parte más fascinante de la historia de Hiram Bingham. Daré el contexto. Bingham dejó el Perú en 1912, llevándose los artefactos y restos humanos que halló en Machu Picchu. Contaba con el permiso del Gobierno peruano para que fuesen estudiados en la Universidad de Yale, en Estados Unidos, pero con una condición: que el Perú podía reclamarlos en cualquier momento.

 

Esto constituyó un problema para Bingham, ya que había prometido a Yale una colección de antigüedades peruanas. En los propios archivos de Bingham en Yale, comprobé que él había comenzado a pagar de su propio dinero a coleccionistas del Cusco y Lima, para que le enviaran antigüedades a Estados Unidos. Creo que lo hizo para cumplir con sus obligaciones hacia el museo de Yale. Al mismo tiempo, sin embargo, hacía planes para la creación de un Instituto en el Perú, donde norteamericanos y peruanos, juntos, pudieran estudiar arqueología en un futuro próximo, instituto que también acogería los artefactos que se hallaran en expediciones subsiguientes, respetando así la ley peruana. Esto fue en 1915.

 

Dicho instituto ya estaba dando sus primeros pasos en Ollantaytambo, cuando llegaron al Cusco rumores de que Yale había hallado oro y plata en Machu Picchu y los estaba contrabandeando a  través de Bolivia. Una comisión, liderada por Luis E Valcárcel, investigó al respecto, pero no halló evidencia de que la gente de Yale descubriera oro y plata—aunque sí constató que estaban excavando sin permiso, y Bingham tuvo que irse del país.

 

Lo que creo que pasó fue esto: la compra de artefactos por parte de Bingham, y las excavaciones de la expedición de Yale en el valle del Urubamba, que se enfocaron en restos humanos, condujo a rumores que eran falsos en lo específico, pero que se basaban en verdaderos actos ilegales. Yale excavó sin permiso, y Bingham pagó para que colecciones fueran llevadas de contrabando a Yale. Es fascinante que él pensara que así podía cumplir con ambos, con el Perú y con Yale, al mismo tiempo. En cierto modo, creyó que podía exportar artefactos y colaborar con los peruanos, y que ambas cosas eran correctas. Pero a fin de cuentas, tuvo que escoger entre Yale y el Perú, y escogió Yale.

 

P.M.- Si uno lee las Memorias de Valcárcel, extrañamente las líneas dedicadas al caso Bingham no son muchas. No da la impresión de que él hubiera sido uno de los principales objetores de sus procedimientos, y su evaluación final es favorable al explorador. ¿A qué puede deberse tanto la reticencia como el cambio de opinión?

 

C.H.- Sí, esta es una pregunta fascinante, verdaderamente fascinante. Pienso que Luis E Valcárcel era muy joven cuando hizo sus acusaciones, y quedó mal en esa ocasión: su comisión no encontró oro ni plata, ni contrabando a través de Bolivia. Además, su investigación dio fin a cualquier relación inmediata entre Yale y la Universidad del Cusco, como Bingham se lo advirtió. Sin embargo, Valcárcel estaba en lo cierto: Yale excavó sin permiso, y Bingham pagó por artefactos sacados de contrabando. Pero eso lo descubrió cuando Bingham ya había abandonado su carrera como explorador.

 

No obstante, Bingham y Valcárcel se encontraron de nuevo, en la década de los 30, cuando Valcárcel, como Director del Museo Nacional, viajó a Norteamérica y recorrió los museos del país. Almorzaron juntos. Valcárcel escribió en su diario que todo fue muy simpático. Incluso llegó a ver los artefactos tomados de Machu Picchu, y se dio cuenta de la presencia de los que habían sido comprados, figurando entre la colección. ¿Por qué no los objetó entonces? Tal vez Valcárcel pensó que ya había pasado mucho tiempo y que era el momento de la reconciliación; o simplemente estaba viejo, y vio a Bingham menos como un adversario que como otro anciano con quien compartía su amor por la cultura Inca. No hay modo de saberlo. Lo cierto es que, desde esa visita de Valcárcel, Bingham tuvo un contacto más cercano con sus colegas peruanos, como Julio C. Tello, preparando el terreno para su retorno en 1948.

 

 

P.M.- Bingham publicó numerosos libros y artículos en su vida: políticos, históricos, libros de viajes, varias versiones del descubrimiento de Machu Picchu, recensiones, etc. ¿Era un buen escritor, un buen investigador? ¿Cuáles fueron sus aportes y limitaciones al respecto?

 

C.H.- Hiram Bingham era un escritor muy bueno cuando hallaba inspiración, lo que ocurría fácilmente. Fue, sin embargo, más romántico que riguroso. Sus escritos acerca de Machu Picchu, los incas y el Cusco, son muy entretenidos de leer, pero cada versión es diferente. A veces pensó que Machu Picchu no era tan importante; o que era la mítica primera ciudad de los incas, Tampu Toco; o que era la última ciudad de los incas, Vilcabamba—¡o que era ambas al mismo tiempo! En parte, se trataba de un problema de su investigación, pues no llegó a  descubrir suficiente evidencias; pero también se debió a sus objetivos como escritor. Bingham es un ejemplo clásico del historiador o arqueólogo que busca hacer famoso su trabajo, por lo que teorizó o publicó más pronto de lo debido. Lo que más le importaba era ser reconocido no solo por sus pares académicos, sino por el público en general—y eso afectó a su trabajo.

 

 

P.M.- ¿Cuál es la principal diferencia que distinguiría tu trabajo, frente a las biografías ya existentes, como la del propio hijo de Bingham, por ejemplo?

 

 

C.H.- Retrato de un explorador, la biografía de Bingham escrita por su hijo Alfred, es muy buena, así como lo es la escrita por su otro hijo, Woodbridge. Ambos logran un buen retrato de cómo era Bingham  en su hogar, y de cómo organizaba sus expediciones. Estoy en deuda con ellos por el trabajo que hicieron antes de que yo abordara el tema. Sin embargo, ninguno profundiza en el lado peruano de la historia. Si bien Alfred recurre a los archivos de su padre, y se refiere a las controversias de 1912 y 1915, les resta importancia al considerarlas como simple producto del nacionalismo peruano. Lo que yo hice, en cambio, fue comparar los archivos de Bingham con los de la Municipalidad del Cusco, así como con los de Valcárcel, Alberto Giesecke y Julio C. Tello. También revisé todas las cartas en español que Bingham envió y recibió, algo que no creo haya hecho Alfred.

 

Lo que hallé fue una imagen muy diferente: un Bingham que fue muy interesante, carismático y ambicioso, pero que también jugó en varios tableros a la vez; que se vio atrapado entre sus obligaciones hacia Yale y hacia el Perú; que se preocupó genuinamente por sus conexiones con el Perú, pero que se sentía más obligado hacia Estados Unidos, y cuya colección fue el producto de la deliberación y no algo accidental. También hallé un Perú que fue menos estrechamente nacionalista de lo que se suponía, un país que se interesaba genuinamente en establecer una política de protección de su patrimonio cultural, luego de cerca de cuatro siglos de exportación y pérdidas.

 

P.M.- ¿Qué otros textos sobre Bingham son los que valoras?

 

C.H.- El libro de Hugo Thomson, titulado La Roca Blanca, tiene una excelente discusión sobre la mentalidad de Bingham como explorador, y el trabajo de Mariana Mould de Pease, aquí en el Perú, ha explorado bastante en el deseo de Bingham por coleccionar. También aprecio el trabajo del argentino Ricardo Salvatore, que ubica a Bingham en el conjunto de la cuasi imperial aventura norteamericana por la colección y el acaparamiento.

 

P.M.- ¿Quiénes  fueron tus interlocutores e informantes principales en el Perú y en el Cusco, en el desarrollo de tu investigación?

 

C.H.- ¡Fueron tantos! De gran ayuda fue Pedro Guibovich, de la PUCP, Ada Arrieta y los archivistas del Instituto Riva Agüero, el hijo de Luis Valcárcel, Frank (así como el sobrino, Fernando), Cesar Coloma y su equipo en el Archivo de Luis E Valcárcel, Donato Amado y Jorge Flores Ochoa en el Cusco, y muchos más. Mariana Mould de Pease fue también de gran ayuda al principio, con quien, a pesar de estar en desacuerdo acerca de las causas y las consecuencias de los problemas de Bingham en el Perú, mantengo una relación cordial. Blanca Alva, del Instituto Nacional de Cultura, me ayudó a comprender el caso en el contexto de las batallas del Perú por la conservación de su patrimonio.

 

A ellos debo añadir los nombres de varios norteamericanos que también prestaron su ayuda al proyecto: los investigadores Daniel Buck y Paolo Greer, los archivistas de la Biblioteca de Yale, la National Geographic Society, y muchos más.

 

Ahora estoy de nuevo en el Perú, investigando para mi disertación sobre los intercambios políticos y culturales ocasionados por la colaboración entre intelectuales y arqueólogos peruanos y norteamericanos. Me encanta ser un investigador asociado al Departamento de Humanidades y al Programa de Estudios Andinos de la PUCP. Marco Curátola ha sido de gran ayuda, así como los archivistas del Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia Peruana, y del Archivo Tello de San Marcos.

 

P.M.- ¿Podrías resumir tus relaciones con el Cusco (los viajes que hiciste, ya sea para escribir el libro o antes, tus impresiones en general) y en particular tus relaciones con Machu Picchu?

 

C.H.- Amo al Cusco. Viví allí por un año y allí fue donde este libro realmente cobró forma. El Cusco es una Meca espiritual para muchos, una Meca archivística para los historiadores y una Meca cultural para cualquier otro. Fui lo suficientemente afortunado para vivir todas esas experiencias.

 

Sin embargo, Machu Picchu está en otro nivel. Se ha vuelto cada vez más estresante y más costoso ir allí, a lo largo de los años que visito el Perú. Pero cada vez que llego, siento que ese estrés se evapora. Es realmente un lugar especial. Bingham se equivocó mucho en cuanto a su interpretación histórica, pero al menos le debemos reconocer que valoró adecuadamente su belleza.

 

P.M.- ¿Qué piensas de la situación de Machu Picchu en la actualidad y cómo ves la polémica que persiste en nuestro medio entre el sector turístico y empresarial "desarrollista" versus el sector de la cultura "conservacionista"?

 

C.H.- No estoy suficientemente informado al respecto para hacer un comentario. Lo siento.

 

P.M.- No obstante ser tan colorida y hasta sensacional la vida de Bingham, ¿por qué Hollywood no ha hecho una película sobre ella?

 

C.H.- ¡Esa es una gran idea! Lo que escuché al respecto, es que se trata de un personaje demasiado complicado. Para sus películas de gran presupuesto, Hollywood prefiere héroes y villanos claros, y Bingham fue demasiado, realmente demasiado ambiguo. Yo lo veo como una especie de Lawrence de Arabia, dividido entre el romanticismo y el imperialismo, lo que encuentro fascinante.

 

La otra respuesta que puedo dar es que Hollywood ya hizo una película sobre Bingham. ¡Varias en realidad! La primera data de los años 50 y se titula Secret of the Incas. La protagonizó Charlton Heston en el papel de un explorador norteamericano que halla un enorme disco de oro en Machu Picchu, pero se siente culpable y lo devuelve al pueblo quechua. La película se inspiró en los escritos de Bingham; se hizo con ayuda del mayor contacto de Bingham en el Perú, el estadounidense Albert Giesecke; y fue filmada en el Cusco. Y cuando Steven Spielberg y  George Lucas concibieron al personaje de Indiana Jones, ellos remitieron a sus diseñadores de producción a aquella película. Pero que quede claro que Indiana Jones no es Hiram Bingham—es más bien su nieto pop, la fotocopia simplista y heroica del complejo, defectuoso y fascinante legado de Bingham.

 

 

P.M.-¿Qué pensaba de su aventura y desventura peruanas al final de su vida?

 

C.H.- Se sintió orgulloso. Sabía que sería recordado sobre todo por Machu Picchu. Pero en algunas de sus cartas hay cierto remordimiento por haber dejado el Perú demasiado pronto y no haber retornado sino un cuarto de siglo después. Pero si lamentaba sus decisiones como coleccionista y representante de Yale, eso es otra cuestión. Es difícil decirlo, y debería serlo para nosotros también. Hiram Bingham no era un personaje de historieta; no lo malentendamos.

 

 

P.M.- Ahora que el litigio entre Yale y el Gobierno peruano ya se resolvió, ¿qué piensas al respecto?, y ¿qué piensas de la manera como han sido instalados los objetos repatriados, así como del nuevo museo que los aloja?

 

P.M.- Fue maravilloso escuchar acerca del acuerdo logrado entre el Perú y Yale. Como ya lo dije, cuando Bingham vino en su última expedición, en 1915, tenía la idea de establecer un instituto para investigadores del Perú y Estados Unidos, en Ollantaytambo. Esos planes naufragaron debido a su deseo de desarrollar la colección de Yale. Por tanto,  es una gran cosa que Yale y la Universidad del Cusco, en conjunto, estén cumpliendo no solo con el sueño de Bingham, sino con el de Valcárcel, Tello, Giesecke, José Gabriel Cossio, y otros peruanos y norteamericanos que trataron, con empeño, de desarrollar la arqueología del Cusco, pero que se vieron frustrados por los conflictos entre el objetivo norteamericano de construir colecciones, y el objetivo peruano de mantener sus artefactos en el país. Ahora que éstos y los restos humanos están de regreso, seremos capaces de juzgar a Bingham y a sus colaboradores peruanos bajo una luz más clara, así como de enfocarnos en la protección de los Machu Picchus del futuro, de los actuales peligros del saqueo y el contrabando. Ha sido emocionante ver a los arqueólogos peruanos y norteamericanos trabajar hacia ese fin, a lo largo y ancho del país.

No puedo responder a la segunda parte de la pregunta; desafortunadamente, cada vez que fui al nuevo Museo, lo encontré cerrado por motivo de renovación y preparación para acoger al resto de las piezas. Pero tengo la esperanza de que la instalación, una vez completada, presente una versión compleja de la historia de Hiram Bingham y Machu Picchu.  Además de explicar la contribución de Bingham, debería reconocer los esfuerzos de los peruanos por resguardar el patrimonio a que su llegada dio lugar, y debería evitar el peligro de “embellecer” el genuino conflicto que concluyó con el retorno de los artefactos de Machu Picchu al Perú.

*Fotos:

Machu Picchu  por Hiram Bingham, en 1912

Cristopher Heaney por Hannah Carney

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