Uriel.1jpgReflexiones sobre Machu Picchu

“El  centro de la industria del turismo está en Lima, que aún arrastra una mentalidad antiandina desde la colonia”.

Entrevista al Dr. Uriel García Cáceres

Por: Patricia Marín

 

¿Cuándo fue la primera vez que estuvo en Machu Picchu?

 

Tendría 8 años y fui acompañando a mi padre.  El fue el primero que me llevó y desde entonces he ido una multitud de veces. Una vez llevé a mi profesor americano  Edward Coll, ya fallecido, una autoridad en su especialidad, y cuando nos acercamos a la colina del Intihuatana, a ese balcón desde donde se ve la curva del río y todo ese paisaje, el hombre me garró del brazo y me dijo: “Hijo, después de ver esto, me puedo morir”.  Ese era el espectáculo que causaba Machu Picchu en mi alma, y siempre ha sido así.

 

Muy pocas veces he sentido algo parecido. Un día estuve en la Universidad de Yale y pedí un libro extraordinario de uno de los fundadores de la medicina moderna, Andrés Vesalio, que se llama La fábrica del cuerpo humano, publicado en 1543. Su formato es grande y los grabados y dibujos, hechos en el taller de Tiziano, son extraordinarios. Observarlos causa una sensación de admiración similar  a la que yo experimenté en Machu Picchu, en aquel viaje de la infancia: la sensación de “¡Ah!” Eso mismo sentí en los años 50, cuando entré por primera vez al Cañón del  Colorado. Son espectáculos  verdaderamente maravillosos...

 

 

¿Y ese tipo de emoción se ha mantenido en usted?

 

Como cusqueño, como amante y estudioso de Machu Picchu, siguiendo los pasos de mi padre, esa emoción se ha convertido más bien en un sentimiento de lástima y de derrota, porque Machu Picchu no está siendo preservado de la manera adecuada. Ahora me causa realmente desazón ir allá, y  ver, por ejemplo, que el dintel de la ventana  del Suntur Wasi, esa  que miraba al este,  y que un rayo de luz, cuando el sol salía el 24 de junio e iluminaba la roca que hay en el centro, y que era un espectáculo maravilloso para los habitantes originales de Machu Picchu; ese dintel que Bingham lo encontró roto, y que debió conservarse así, ha sido reemplazado por un dintel nuevo y “bonito”, para que los turistas la fotografíen. Eso es un insulto a la historia,  ¿A alguien se le ocurriría en el Coliseo Romano, o en los templos de Atenas, poner piedras o mármoles  hechos en la actualidad? Eso es una cosa criminal.

 

 

¿Su padre conoció a Bingham?

 

No. No lo conoció. O a lo mejor sí, no lo sé con certeza. Porque mi padre y Valcárcel ya eran unos intelectuales activos, cuando llegó Bingham. Valcárcel sí lo conoció personalmente, porque él fue comisionado por el gobierno de Leguía para hacer un inventario de las cosas que se llevó Bingham, con permiso de ese gobierno.

 

 

En esa época, la intelectualidad cusqueña se encuentra con un monumento que no es el de ahora, que era  aún una promesa, ¿qué posición tuvieron ante el trabajo de Bingham? ¿Qué opinaban sobre Machu Picchu?

 

Hay que situar esto en determinado contexto, en el que precisamente Tamayo Herrera señala como la “segunda modernización del Cusco”. En el sur del Perú, a principios del siglo XX,  comienza a surgir un polo de desarrollo extraordinario, a esto se suma que en 1909, un grupo de estudiantes, entre los cuales estaba mi padre, Valcárcel , Francisco Tamayo, José Gabriel Cossío y otros, levantaron su protesta por el atraso en que estaba sumida la enseñanza en la Universidad, exceptuando a uno o dos catedráticos. Uno de ellos era Fortunato L. Herrera, un botánico de una cultura superior y extraordinaria, que dominaba el latín y el griego, e hizo observaciones científicas de las plantas. Es el primer botánico científico que tiene el Perú, mucho antes que el propio Weberbawer (alemán que, escapando de la tiranía de Hitler, se vino aquí y se nacionalizó  peruano). El otro gran catedrático el médico Antonio Lorena, que además de médico fue antropólogo y biólogo. Aparte de ellos, la universidad era un desastre. Todavía se usaba la juramentación en la que todos los doctores tenían que defender la fe en la  virginidad de  María, y las tesis eran teológicas, etc. Y los jóvenes intelectuales mencionados decidieron hablar con las autoridades para que  se renovase la enseñanza. Pero les negaron  cualquier posibilidad. Allí surgió la protesta. Esta protesta terminó cuando Leguía nombró a un joven educador norteamericano, con estudios de posgrado en Suiza, en Humanidades, que había sido llamado como experto para ayudar al Gobierno en educación superior: Albert Giesecke. En medio de aquel conflicto, Leguía  le dijo a Gieseke ¿quiere ser Rector de una Universidad en el Cusco? El otro se quedó sorprendido, pero aceptó. Y se convirtió en Rector de la San Antonio Abad del Cusco.

 

Gieseke es el que inyecta en esos jóvenes el espíritu de  observación del medio circundante, donde se dio cuenta que había una maravilla de posibilidades para el desarrollo de la cultura. A mi padre lo nombró bibliotecario y le dijo: ¿por qué no estudias los aspectos sociológicos?  A Valcárcel le dijo: tú estudia la arqueología. A Corazao (pariente de Valentín Paniagua Corazao), lo mandó a Estados Unidos a estudiar matemáticas, y así a mucha gente en diversas especialidades, química, física. Otro fue Antero Bueno, a quien después la Universidad de Buenos Aires lo nombró profesor de Física; otro, Oswaldo Baca, que  pudo estudiar ciencias en Alemania, etc.

 

Todos estos personajes, ¿qué conciencia tenían de la riqueza arqueológica o de la identidad inca?

 

Todo eso comenzó a despertarse. Valcárcel en el prólogo que hizo para el libro de mi padre dice: “Fuimos una generación que  comenzó a estudiar la realidad sin el prejuicio del  chauvinismo”.

 

Lo curioso es que ese núcleo intelectual tenía, por razones físicas,  más contacto con Buenos Aires que con Lima. Para venir a Lima había que tomar el Ferrocarril Cusco – Mollendo. En Mollendo había que tomar un barco que estaba anclado como a cinco millas.  No había un puerto, no había un muelle, y uno tenía que meterse en una chalupa  y remar hasta el borde el barco y lo izaban a uno como a una carga, y luego el lento viaje hacia el Callao. Era muy difícil. Respecto a la Argentina, en cambio, se tomaba el ferrocarril, se atravesaba el lago Titicaca  en barcos excelentes que no necesitaban de chalupas, pues estaban anclados en los muelles de Puno y en la Quiaca. Pasaba uno la noche en un barco lindísimo, precioso, y luego el viaje en Ferrocarril  hasta Buenos Aires. En Cusco leíamos, antes que el Comercio de Lima, La Prensa  y  La Nación de Buenos Aires. En los puestos de periódicos se vendían tanto revistas argentinas y uruguayas. Y los primeros turistas que subieron a Machu Picchu, a pie o a caballo, fueron argentinos. La corriente cultural entre Cusco y Argentina  era muy importante. Mi padre dictaba conferencias en las universidades argentinas y chilenas, ilustradas con diapositivas de las fotos de Chambi. Entonces puedo decir que ese foco cultural tomaba a Machu Picchu con un orgullo extraordinario.

 

Las élites cusqueñas, ¿qué posición tenían?

 

Cuando todavía no se había formado la República Argentina, aunque ya eran libres de España, los bonaerenses llegan hasta el Alto Perú y desde allí, hacia 1810-1811, envían un Manifiesto a los cusqueños, donde les dicen: “¡Descendientes del imperio Inca, levántense!”, en un gesto muy hermoso. Pero resulta que les responden un contramanifiesto, escrito por los cusqueños blancos, donde dicen: “Oigan: ¡a quienes se están  dirigiendo ustedes! Los descendientes de los incas, los indios,  ya no sirven para nada. Ustedes son unos ilusos, al pensar en ellos. ¡Tienen que dirigirse a nosotros!” Y esa actitud ha primado hasta el día de hoy.

 

 

Según las Memorias de Valcárcel, a Lima no le interesó mucho el descubrimiento de Machu Picchu. Casi no figuró en los periódicos de la época, por ejemplo.

 

Así es. Mayormente no les interesó. Como digo, los primeros turistas que yo conocí eran argentinos. Y, por otro lado, la gente adinerada y culta del Cusco, no conocía Lima, pero conocía París, Londres, Roma. Porque preferían tomar ese ferrocarril que se iba a hasta Buenos Aires, y de ahí un trasatlántico los llevaba a Europa.

 

¿Qué opina del boom turístico a Machu Picchu?

 

Bueno, para el turismo Machu Picchu no es más que un medio para sacar dinero, y si lo promocionan es exclusivamente con ese fin. La gente del turismo no tiene con el santuario una relación emocional, sino solo utilitaria. Y el centro de la industria del turismo está en Lima, que aún arrastra una mentalidad anti andina desde la Colonia. No hay que olvidarse que el Perú fue el último país en Sudamérica en liberarse (México, Colombia, Chile han celebrado en el 2010 su bicentenario),  11 años después que los demás. Los intelectuales  que firmaron el Acta de la Independencia  después del 28 de julio de 1821,  condenaron la revolución de Juan Santos Atahualpa, que mantuvo a la corona en suspenso porque toda la selva se alzó. Desafortunadamente la altura mató a estos revolucionarios, porque cuando subieron a los Andes para llegar a Lima, los selváticos  no se adaptaron. Unanue, promotor de la firma del Acta dice de ellos: “Este aborto del infierno”. Por otro lado, es una ironía que Baquíjano y Carrillo, que no firmó dicha Acta, sea considerado como prócer de la Independencia, olvidando que se fue a España y fue asesor de Carlos IV, y después asesor de Felipe II …

 

¿Esto ha moldeado la mente de los cusqueños?

 

Desafortunadamente sí. Porque no ha habido un líder político honesto,  que aglutine el pensamiento del mestizaje peruano. Más bien los gobernantes han promovido la omisión tremenda de una mayoría de nativos, completamente olvidada por mucho tiempo.

 

El historiador Tamayo Herrera dice que el siglo XX es el siglo del Machu Picchu

 

Esa idea es interesante. Por ejemplo, el único ferrocarril que ha existido en el Perú de penetración a la selva, es el de Cusco a Quillabamba. Y que ya no existe,  ya que ahora solo llega hasta Machu Picchu, lo que es una barbaridad. Ese ferrocarril constituyó el progreso  comercial del Cusco y de Arequipa, pues  esta última se benefició de todos los productos agrícolas de esa época: lana, caco, coca, café.

 

 

¿Qué podríamos hacer para cambiar el estado de las cosas?

 

Supongo que muchas cosas, pero podríamos comenzar con una. Ocurre que, desde finales de la década de 1940  hasta ahora, todos los partidos políticos que no tienen ninguna posibilidad de llegar al poder, capturan las universidades para que les sirvan de trampolín a sus actividades políticas, violentista o no violentistas. Así, la Universidad del cusco ha perdido totalmente la esencia de lo que llegó a ser en la época Gieseke. Una universidad así como fue en esa época, no existió siquiera en Lima. Para la universidad de Giesecke, la investigación de la realidad circundante era el insumo para la enseñanza. Es decir no se trata de que yo siente a los alumnos para que me escuchen hablar acerca de algo que leí de segunda mano. Así no procede la verdadera universidad. La universidad debe basarse en profesores que hayan hecho una investigación propia,  y el que no investiga no es profesor. Será un conferencista, que los hay buenos por supuesto. Por ejemplo en la Facultad de Medicina de la Universidad de Yale, claro que hay unas aulas para conferencias magistrales, pero la mayoría son laboratorios, bibliotecas, seminarios, talleres.

 

¿Qué legado le reconoce usted a Bingham? ¿Qué le debemos?

 

Le debemos el haber escrito ese artículo del National Geographic de 1913, en el que expone Machu Picchu al mundo, y su libro científico de 1930, donde hace todo un recuento de las cosas que encontró y las cosas que se llevó.

 

¿El nuevo Ministerio de cultura cambiará algo en favor de la preservación de Machu Picchu?

 

Solo si la política general del respectivo gobierno tiene una orientación a favor de la cultura y la preservación de los tesoros arqueológicos. Pero, en realidad, la cultura en el Perú no debería ser parte del  gobierno. En lugar del Ministerio de Cultura debe haber  un gran instituto cuyo directorio sea totalmente independiente de cualquier organismo político, que se base en el esquema  de la Defensoría del Pueblo, por ejemplo.

 

Es decir independiente políticamente y con un punto de vista técnico y propio.

 

Sujeto, naturalmente, a los organismos de control del Estado, pero que su política, sus decisiones, estén en manos de gente calificada, de tal manera que no tenga que ver ni siquiera con el Presidente de la República.

 

Muchos candidatos han pedido que los fondos del canon sirvan para el Ministerio de Cultura. La universidad tiene dinero del canon, ¿cómo cree que se deben utilizar esos fondos?

 

Los fondos que provienen primordialmente de Machu Picchu, de las iglesias del Cusco, de Sipán, etc., deben servir para la investigación. Eso es lo que nos falta. ¿Cómo es posible que no tengamos la tecnología necesaria para poder desenfardelar las momias -que   felizmente ahora están en un depósito con aire acondicionado, humedad controlada  etc., pero que estuvieron en un corralón durante años y años- para estudiarlas en profundidad? Todo esto lo podría hacer ese instituto que este gobierno no ha querido formar, y que ha preferido que sea político y no técnico. No se puede decir: “yo sí hice algo por la cultura: cree un ministerio político”.  La verdadera obra sería crear un instituto totalmente independiente, como existen en otras partes. ¿Acaso el presidente Obama tiene algo que ver, por ponerle un ejemplo mi campo, con el famoso Instituto de Enfermedades llamado el CDC, de Atlanta? Pero sin embargo este está sostenido por el Estado, por supuesto. ¡Y ay de quién se atreva en el gobierno a insinuar que las cosas ahí se deben hacer así o asá!

 

¿Qué deberían hacer los cusqueños para conmemorar el centenario de la visita de Bingham?

 

Por lo menos creo que el presidente de la Región Cusco podría decir: “Voy a crear el Instituto de Cultura de la Región Cusco”. Tiene las prerrogativas para crear un ente totalmente independiente y que esté dirigido por gente calificada, sin ningún vínculo político.

 

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