cusco plazaEl condenado de Chaquillchaca

Por: María Luz Crevoisier

Periodista

La tarde se iba hacia el Ausangate y en el cielo, los celajes pintaban de violeta y naranja aquél verano de 18...

Era febrero, las lluvias inundaban los senderos desbordando ríos. Viajeros de poncho y sombrero alón, transitaban pueblos llevando en sus mulas las cargas que ofertarían en las ferias dominicales de Chincheros, Ollantaytambo, Písac.

En aquella hora de chihuacos despidiéndose del día, solo la lejana tristeza de una quena interrumpía el silencio de aquella casona, casi siempre en penumbra .Esta, se ubicaba al finalizar el puente de chaqillchaca que conducía a la iglesia de Belén. Su dueño era motivo de  murmuraciones por la extraña vida que solía llevar, siempre solitario y ajeno a la vida social que se realizaba en la capital incaica; tampoco frecuentaba el templo de ese barrio antiguo de Qollakachi ni le conocían amistades cercanas. La única compañía que permitía, era la de una pareja de esposos indios, que según se especulaba, los había traído de uno de esos misteriosos viajes que hacía a caballo hasta la cercanías de Cachona, camino a Paruro.

Algún domingo, alguien había visto entrar por el solitario portón, a una mujer envuelta en un mantón; parecía ser joven por su paso ligero, pero nadie le pudo ver el rostro por lo que se deducía era alguna pariente pobre que se veía obligada a recurrir al señor de Chaquillchaca, como se conocía al dueño de la casona, bastante rico a juzgar por el número de mulas enjaezadas que poseía, pero muy avariento, pues jamás hacía caridad alguna.

Aquella tarde, sin embargo, algo había cambiado en la casona, pues se notaban movimientos extraños. La pareja de esposos, encerrados en su mutismo, salía continuamente hasta la calle, pero sin decidirse a seguir de largo volvía a ingresar al  zaguán. Esa actitud inusual, llamó la atención de la esposa del sastre Orihuela, que vivía cerca. Ella, hablándoles en quechua, logró enterarse de que el señor de Chaquillchaca, estaba agonizando. Inmediatamente, como buena cristiana y en compañía de su inquilina doña Candelaria, que atendía la tetería y de Don Octavio, el músico que hacía milagros con el  pampapiano, decidió auxiliar al casi difunto.

Cuando el grupo se encontraba a mitad de las escaleras de piedra, un grito desgarrador seguido por aullidos de algún animal, los paralizó de terror; la pareja de campesinos que ya antes había escuchado esos escalofriantes lamentos, salío corriendo hasta la iglesia de Belén en busca del cura Palomino, su párroco, para que auxiliara al wiracocha grande, como solían llamar al dueño de esa tétrica casona. El religioso, llevando agua bendita, una cruz  y en compañía del asustado sacristán, llegó a la vivienda, pero cuando ingresó al dormitorio, quedó atónito ante el espectáculo que estaba presenciando; el señor de Chaquillchaca, yacía en el suelo, muerto, con arañazos en el rostro y huellas de haber sido golpeado .Después de rezar preces y rociar de agua bendita la estancia, el cuerpo del infortunado, fue depositado en el ataúd por dos serenos, pues ningún vecino se atrevió a tocarlo.

Lo peor aconteció por la noche, mientras los vecinos por temor a los extraños acontecimientos, se encerraron en sus viviendas prendiendo velas e implorando protección a la Mamacha Belén. Serían las once o quizás más tarde, cuando el violento traqueteo de una carroza que se detuvo en el portón de la casa del difunto que había quedado solo en su morada , interrumpió el descanso. Don  Abundio, el borrachín del barrio  y además  poeta, juró sobre los maderos de la Cruz, que a cada relincho de los caballos, se encendía una llamarada en sus hocicos. Los equinos, eran negros, como la carroza y el misterioso cochero, estaba envuelto en una capa que  de tanta negrura, brillaba. El, volvía a rejurar, no estaba ebrio , sino solamente con un par de “calentaditos” por el intenso frío y al ver  aparecer  la carroza , se había refugiado en el portón de enfrente. Después-contó- las puertas se abrieron y  una mujer joven ingresó en la casa acompañada de unos seres horribles, como debían ser los gentiles que habitan en las montañas, éstos, salieron al poco rato, arrastrando un bulto que Don Abundió , confundió con un muñeco.

Al día siguiente, doña Catalina y la profesora de canto, alertaron a los vecinos, pues las puertas de la casa del difunto, estaban  abiertas de par en par y desde el interior se podía percibir un horrible olor, como de azufre,  dijeron. Los más osados, fueron a la habitación donde se velaban los restos, pero no los hallaron, especulándose de que el señor de Chaquillchaca era un condenado y seres del averno, se lo habían llevado con ellos.

Una de esas noches del rezo del Rosario en casa de la viuda de Zárate, la señorita Eulalia, contó durante la colación del chocolate, que su hermano le había contado como secreto, después de enterarse de los hechos de Belén, que en su juventud, había asistido a una extraña ceremonia, por las alturas de Tambomachay en compañía de su amigo y compañero en la montonera de Cáceres, Manuel. Allí, se presentó una extraña mujer y poniéndole la mano en la frente, lo marcó con un signo que fue desapareciendo paulatinamente, pero cuando intentó acercarse a él, retrocedió y profiriendo maldiciones en un idioma extraño, desapareció .Manuel, enfurecido le dijo que así, jamás saldría de pobre, pero que él sí y mejor se fuera, pues había espantado a su amiga.

Esta, no era otra que un emisario del maligno y no pudo con el joven, pues llevaba siempre un escapulario de la Virgen del Carmen. Así se supo, que el extraño señor de Chaquillchaca, no era otro que el ex montonero Manuel U…, quién por escapar de la pobreza, entregó su alma al diablo .

Escribir un comentario


Código de seguridad
Refescar