Miguel Rubio del Valle.


Progreso es Progreso


Miguel Rubio del Valle


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Miguel Rubio

Hacía un buen rato que la María Angola había marcado las tres. Para disfrutar de la espléndida tarde cusqueña, el Arzobispo tomaba sol, cómodamente sentado en una banca de la Plaza de Armas. El adobo había estado de primera y el rocoto relleno en su punto: ni soso, ni tan picante como para disfrazar el sabor. El vinito tampoco había estado mal. Satisfecho, próximo al estado de gracia, miraba pasar a los feligreses – mis ovejas, le gustaba decir -, cuando llegó corriendo su secretario. El curita sudaba a chorros y en su expresión se notaba una gran excitación. El arzobispo adivinó que algo extraordinario estaba pasando.


- ¡Lo llaman de Roma, monseñor! ¡El cardenal Zilotti está esperando que conteste! – confirmó el secretario.


- ¿Estás seguro? Nunca han llamado del Vaticano. Habrás oído mal.


- ¡Dice que es urgente! ¡No lo haga esperar, por favor!


Aunque dudando, el Arzobispo se apuró para llegar a su despacho. El secretario, más joven, mucho más delgado y sin haber almorzado todavía, corría varios metros por delante. Minutos después, llegaron. Sobre el escritorio, el teléfono descolgado. El Arzobispo lo tomó, pero antes de hablar le lanzó una elocuente mirada al secretario, a quien no le quedó otra que abandonar la habitación.


En la antesala, después de haber intentado escuchar la conversación pegando la oreja a la gruesa puerta del despacho, sin ningún resultado, el curioso secretario se resignó a esperar que monseñor tuviera la caridad de compartir con él tan inusitado acontecimiento. Así, durante los quince o veinte minutos que duró la conferencia telefónica, se dedicó a especular – fantasear sería más exacto – sobre los motivos del cardenal Zilotti para llamar a la modesta y por cierto muy lejana arquidiócesis del Cusco.


"¿Se llevarán a monseñor al Vaticano? Si fuera así, ¿qué va a pasar conmigo? O tal vez el Papa ha muerto y ya comenzó la campaña… También podría ser que hayan visto a monseñor con la señora esa… No, no creo, se cuida muy bien, no tiene un pelo de sonso… ¿Qué será?".


En esas andaba el intrigado secretario, cuando se abrió la puerta del despacho y apareció el Arzobispo, con semblante grave.


- Ven, quiero hablar contigo – le ordenó.


El secretario entró previendo que el tema de la conversación sería el mismo. Lamentaba no haber tenido el tiempo para repasar otras posibles causas del desafuero de monseñor, pues su rabo de paja era más bien extenso, cuando éste fue rápidamente al grano.


- Su Santidad va a vender la Catedral – le espetó.


- ¿Cómo dice, Su Eminencia? – pudo con las justas pronunciar el secretario, sin reponerse todavía de la impresión.


- Cierta Iglesia Evangélica le ha hecho una oferta que no ha podido rehusar. El trato está prácticamente cerrado, así que el cardenal Zilotti me ha comisionado la compra de un terreno para levantar otro templo, un edificio moderno, con tecnología de punta. Imagínate que se va a usar "power point" en la homilía y se va a instalar un sofisticado karaoke, para los fieles que quieran entonar himnos y salmos. Ya están negociando un sistema de confesión por Internet. Benedicto XVI no se anda con chiquitas, es un tigre. ¿Cómo la ves?


- ¿Y usted qué opina? – repreguntó el secretario, astuto y prudente.


- A mí me parece muy bien – sentenció el arzobispo. Que los evangélicos se queden con esa antigüedad, que se cae a pedazos. La Iglesia Católica debe estar a la par con los tiempos modernos… y el negocio es bueno. Después de construir la nueva catedral, todavía quedará un saldito para obras de caridad.


- ¡Viva la modernidad! – se entusiasmó el secretario.


- Así es, hijo, pero hay un problema – dijo el Arzobispo.


- ¿Cuál? – preguntó el dócil secretario.


- Los reaccionarios, pues hijo. Esa gente que vive anclada en el pasado, que le da la espalda al aggiornamiento que impulsó nuestro amado Juan XXIII. Me han ordenado salir al frente de esas voces, adelantarme a los ataques que recibiremos cuando la noticia se haga pública, de modo que debo preparar un sermón contundente para la misa del domingo. Acompáñame al Ayllu. Con unas lenguas de suegra y un matecito, pensaremos en las citas bíblicas más apropiadas.


El secretario lo miró, alarmado.


- Monseñor – le dijo, respetuosamente -, El Ayllu ya no existe, le alquilamos el local a Starbucks el mes pasado, ¿ya no lo recuerda?


- Es cierto – asintió monseñor, golpeándose la frente -. Me da un poco de pena, pero progreso es progreso. Vamos a otro sitio.


Y los dos salieron al encuentro del futuro.


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