Un sentido homenaje
Por Patricia Marín
Fotofrafía*
El 18 de mayo reciente, y con un centenar de años vividos, murió Valeria Huillca Condori, más conocida como “Valicha”. Fue una campesina de la comunidad de Acopía, a la que un poeta enamorado le compusiera unos versos que el tiempo no se los llevó.
¿Porqué recordar a Valicha y a Hurtado hoy en día?
Desde nuestro punto de vista, no sólo por ser la “musa de un músico enamorado”, sino, porque fueron parte de la historia que nos hizo ser más auténticos, más conscientes de quiénes éramos, y nos permitieron reconocernos no solo en un pasado inca, sino en un presente campesino, donde el campo y la ciudad ya no podían ser compartimentos estancos, sino afluentes del río frondoso de nuestras raíces: la tierra y la urbe.
Desde este punto de vista, vale la pena hacer un pequeño recorrido histórico. Hacia 1920, el Cusco fue el epicentro del movimiento indigenista, cuyas repercusiones se prolongaron por décadas. Por ejemplo, “… en la década del 40, una eclosión espiritual sacude el Cusco, algo que podríamos llamar un ‘neoindigenismo práctico’…que ansiaba concretarse en resultados materiales y tangibles” dice José Tamayo Herrera, en su ya clásico libro Historia del Cusco Republicano. Y el Instituto Americano de Arte fue el mayor catalizador de dicha “eclosión espiritual”, pues desde su inicio en el año 1937, se dio a la tarea de fomentar la creación y difusión de símbolos y valores que nos identificaran como cusqueños, tanto en las artes como en las ideas.
Veamos algunos ejemplos de la década prodigiosa de los 40: en 1944, Humberto Vidal Unda, presidente del Instituto Americano de Arte, pone sobre el tapete la moción de instituir un “día oficial del Cusco”; ese mismo año, Luis Nieto Miranda y Roberto Ojeda escriben la letra y la música el Himno al Cusco; Andrés Alencastre ( Killko Waraka) comienza escribir sus más sentidos huaynos: “Puna desolada”, “Maizalito quebradino”, “En la laguna de Layo”, etc.
En realidad, el ambiente entero se hizo propicio para la creatividad en esa dirección. La radio hizo lo suyo al emitir en vivo, o en grabaciones las nuevas composiciones; por otro lado también se realizaron concursos que promovían nuevas creaciónes. Justamente, en el Concurso Folclórico Regional de 1945 ganó Venancio Hurtado, con una composición denominada “Valicha”, a partir de un poema escrito en quechua por su hermano Miguel Ángel Hurtado; inmortalizó, así, los amores contrariados con esa bella campesina de Acopía, lugar dónde este profesor la conoció.
Por eso cuando los cusqueños escuchamos la alegre música de “Valicha” (no obstante la tristeza del amor no correspondido, expresado por la letra), nuestro corazón rebosa de nostalgia y de alegría: porque añoramos esa raigambre campo-ciudad antes mencionada, y porque también somos alegres y bailarines.
Precisamente, un aspecto dramático de la realidad del Cusco actual, que el fallecimiento de Valeriana Huillca Condori -la querida Valicha-, nos hace percibir mejor, es cómo hemos venido perdiendo la presencia física y simbólica del campo (nuestra otra mitad) según este se urbanizaba irremediablemente debido a la modernidad atropelladora y la insensatez de muchos empresarios y políticos. Debido, además, a una visión económica miope, o más bien tuerta, incapaz de ver que el campo también tiene un valor económico, si se lo sabe cultivar (y usamos el término en todos sus sentidos). Hay que dejar de cubrirlo con cemento y edificaciones de una fealdad abrumadora, y rescatar, a la vez que su belleza primigenia, su potencialidad productiva.
Este portal tiene el nombre de “Valicha”, no solo en homenaje al bello huayno que nos une emocionalmente a todos los cusqueños, sino esencialmente porque es un reflejo magnífico de la unión del campo y la ciudad, unión que también debería continuar siendo una de nuestras más grandes fortalezas en lo económico y lo cultural.
* Tomada del Blog Apuntes de mi Libreta / Miguel Humberto Aguirre