La tetería cusqueña
Por: Arturo Moscoso Serrano
Al escribir este apunte sobre la “TETERÍA CUSQUEÑA”, necesariamente evocamos a la ciudad del Cusco de antaño, cuna y solar de apus, de leyendas y tradiciones, en cuyo seno florecieron muchas actividades y oficios que le dieron un sello peculiar, entre ellos, el mini-negocio de las teterías, ubicadas en diferentes calles de la ciudad, como: Nueva Alta, Avenida Alta, Cuesta de Santa Ana, calle Meloc, calle Almudena, calle Hospital, calle San Agustín; parroquia de Belén y otras, sobre todo ubicadas en calles por donde transitaban los arrieros que venían a la ciudad trayendo productos de su lugar de origen.
La “Tetería” era un negocio que funcionaba en una pequeña tienda con puerta hacia la calle, dirigida generalmente por una mujer. Recibía su denominación porque allí se expendía en las mañanas y en las tardes, bebidas calientes, conocidas con el nombre de “ccoñi-uno” palabra quechua que significa agua caliente. En las mañanas servían el desayuno, ofertaban chocolate en leche, leche con café, leche con té, acompañadas con el famoso pan de Oropesa, así como el famoso “TÉ PITEADO”.
Los parroquianos de ese pequeño negocio, iban a tomar el té piteado, es decir, té reposado bien caliente mezclado con una copa de aguardiente de caña de Huadquiña (ubicada en la provincia de La Convención); se llamaba “té piteado” además, porque en la puerta de la tienda, estaba ubicada la calentadora grande de hojalata en la que hervía el agua y, cuando el vapor del agua hervida escapaba por el pito de la calentadora producía un silbido especial que se escuchaba a una distancia considerable, era su santo y seña ó tarjeta de presentación, llamando la atención a los viandantes y parroquianos, era el símbolo y anuncio de su existencia y servicio.
La calentadora, tenía forma cilíndrica de más o menos 50 a 70 centímetros de alto y un ancho de más o menos 25 centímetros; en la parte superior y descansaba sobre un brasero de hierro fundido de una sola pieza, lleno de carbón de palo de “tayanca” encendido como una especie de fragua, era el combustible del lugar. Posteriormente el brasero fue reemplazado por la famosa cocina denominada PRIMUS que funcionaba con kerosene.
Las teterías eran pequeños negocios cuyos locales no necesitaban bandera ni emblema, menos aviso, su presencia se anunciaba con el toque lejano del pito de la calentadora. Sus favorecedores o clientela fueron generalmente, los arrieros, viajeros y trabajadores; los primeros muy presurosos acudían antes de iniciar su periplo de retorno y recorrer grandes distancias para llegar a su destino; los trabajadores, los obreros de las pocas fábricas existentes, los cargadores con soga, acudían muy temprano a tomar su desayuno para llegar puntualmente a sus centros de trabajo. El otro grupo lo conformaban los parroquianos de cuello y corbata, contertulios por breves momentos, donde deslindaban problemas de familia, discutían sobre derechos y obligaciones, negocios y otros temas, generalmente lo hacían por las tardes.
Los serenateros y noctámbulos que se recogían muy de madrugada, con sus sombreros de ala caída y bien empaquetados con sus abrigos, debajo de esta prenda, llevaban sus guitarras, mandolinas, violín; eran también asiduos concurrentes de estos locales.
Estos pedían el famoso “té piteado” ó el “té macho”; este último, era té a la canela con bastante licor o pisco, macerado y aromatizado con cidra, anís y otros menjunjes. Ese era el néctar de los dioses para calentar el cuerpo y resucitar el espíritu castigado por el frió de la noche. El aguardiente estaba en un pequeño recipiente (tachito) de arcilla, encima de la calentadora; llamado con picardía “chola” y con mucho cariño “manatural”. El laboratorio del té piteado estaba conformado, por la calentadora de hojalata, el brasero de hierro fundido, el tachito o recipiente del pisco, el fuelle para avivar el fuego del carbón que crepitaba.
Las calentadoras eran de fabricación artesanal en hojalata, hechas en la famosa hojalatería de Paredes, ubicada en la calle Arequipa, antes llamada CCAPCHI CALLE. El local de la tienda pertenecía a la casa de la familia Rodríguez, ubicada junto al inmueble de propiedad de la Srta. Inés Calvo (más tarde perteneciente a la familia Aragón).
La tetería cusqueña fue languideciendo poco a poco perdiendo su señorío hacia la tercera y cuarta década del siglo pasado de 1900. Este pequeño negocio se extinguió con la popularización de las cafeterías y pastelerías, que antes eran lugares especiales para la clase media. Su decadencia coincidió con la desaparición del arrieraje.
Era anecdótico escuchar a los jovenzuelos que aspiraban llevar cuello y corbata, en sus disputas callejeras con sus contendientes, voceando con cierto garbo: “No tomo desayuno en un “chirivitil” – “tetería” menos mis alimentos en fonda ni picantería”. Todo esto traducido al “quechua” es genial escucharlo para reír a mandíbula batiente.
La tetería no fue un garito ni una cantina, fue el símbolo de laboriosidad e ingenio creador de la mestiza provinciana residente en la ciudad, que buscaba independencia económica para salir adelante en sus aspiraciones.
Es bueno también anotar, que la tetería no fue cantera de líos ni riñas callejeras, como la caverna de la nacionalidad de la que habló el maestro J. Uriel García.
Lima, junio de 2011