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Por: Jean-Jacques Decoster

Fotografías de Vicente  Revilla

En Qoyllur Riti, uno podría pasar al lado del pukllay sin verlo: esas construcciones en miniatura usan,Decoster_2 por paredes y techos, las mismas lositas planas regadas en el piso del cerro. Pero si uno mira de cerca, se puede apreciar la magnitud del sueño contenido en estas  frágiles edificaciones: la gravilla en el recinto hace las veces de rebaño; la piedrita ovalada en el “garaje”, de carro; y un hilo de lana, quizás arrancado de una prenda, aparenta la conexión eléctrica.

 

El pukllay (o “juego”, en quechua) es una forma de lo que los antropólogos llamamos “magia simpática”, donde uno crea una representación de un deseo que se ansía cumplir. Esta forma de simulacro de las esperanzas y aspiraciones, presente en sociedades humanas desde tiempos inmemoriales, toma aquí el aspecto de una suerte de exvoto revertido, que anticipa, en vez de celebrar, un favor celestial. Mientras los cazadores de las épocas líticas solían pintar en sus cuevas dibujos de animales que añoraban alcanzar, los visitadores a Qoyllur Riti expresan sueños más sedentarios de casas, chacras y granjas.

Decoster_3Otra forma del pukllay, más comercial quizás, son los objetos a la  venta a la entrada de la planicie, muchos de ellos provenientes de Bolivia y hechos de lata pintada, que ofrecen una mayor amplitud al deseo: más allá de las granjas de piedras, esas ofertas incluyen, casas modernas de varios pisos, carros y camiones, pasaportes y diplomas, y maletas llenas de dólares. Por una suma módica, uno puede comprar el modelo de sus sueños y, de regreso a casa, esperar el resultado de su pedido.

 

 

 

 

 

El lugar del pukllay también sirve para formular otro tipo de peticiones al apu del lugar (o a su rep resDecoster_7entación cristianizada, el Taytacha). Recuerdo que estaba por terminar mi contrato de trabajo en el Cusco  cuando, durante una peregrinación a Qoyllur Riti en los años 90, mis alumnos de antropología ofrecieron redactar un contrato, debidamente firmado y señalando obligaciones y derechos, que dejamos con una ofrenda de coca, bajo una piedra del pukllay. Seis semanas después, conseguí una entrevista de trabajo que me llevó a pasar varios años en un país vecino.  También recuerdo haber visto -en otra ocasión y en el lugar de la peña del Taytacha, no muy lejos del recinto del pukllay-, a un colega limeño oficiar el “matrimonio” de dos de sus estudiantes de posgrado, con toda la seriedad ritual que le confería el cargo. Desconozco el paradero ni la suerte de la pareja, pero el colega pasó luego a ocupar el sillón ministerial de Cultura.

 

Qoyllur Riti es el lugar de lo posible, por improbable que sea. Su ubicación en la cumbre del nevado, el sendero espinoso, con sus descansos al pie de las múltiples cruces, evocan el arduo camino al paraíso de la pintura mural de Luis de Riaño en la iglesia cusqueña de Andahuaylillas. Al llegar al sitio de la celebración, el peregrino ingresa a una dimensión paralela, donde la  cacofonía de música y ruido, y el caleidoscopio de colores y movimiento de los grupos danzantes, asaltarán sin tregua sus sentidos durante toda su estadía.

 

Atrás se queda el mundo real con sus leyes y sus reglas. Aquí estamos en un mundo donde otras leyes y reglas rigen. Así, los improbables vigilantes del santuario, responsables del orden y de la disciplina, son los pablitos o ukukus, danzantes burlones en mascara de lana, cuyo vestido imita el cuero animal, y que hablan en voz chillona por intermedio  de una muñeca.

Decoster_5Sin embargo, son ellos quienes aseguran la limpieza de las letrinas y castigan con látigos a quien infringiera la prohibición de tomar alcohol.  Son los mismos pablitos los únicos que pueden pasar la noche en el glacial, pues los simples mortales no podrían sobrevivir el asalto de un condenado, esas almas errantes que allá residen. Así, los pablitos, confiados en la fuerza sobrehumana que les confiere el mito, pasan la noche sobre la nieve del glacial, separados de ella por delgados calzados de caucho de llanta, y fumando cigarros sin parar, para calentarse.

 

 

 

 

 

El mundo paralelo de Qoyllur Riti también tiene sus reglas tácitas de comportamiento. Años atrás, junto a los peregrinos y turistas que habían hecho el viaje, llegó al santuario un equipo de cine japonés  con todo el material necesariDecoster_8o a la filmación, incluyendo potentes equipos de sonido. Ignoro el guión de la película, que se iba a llamar “Condor Man”. Aparentemente, tenía como protagonista principal a un saxofonista.

Durante horas, como parte de la filmación, los miembros del equipo tocaban a pleno volumen música de jazz, que lograba ahogar cualquier esfuerzo de las bandas andinas que acompañaban las comparsas. En esa oportunidad, yo había viajado con unos colegas  cusqueños, y casi sin concertarlo, decidimos tomar medidas para restablecer el orden anterior. Mientras unos intentaban, en vano, convencer al cineasta de lo inapropiado de su intrusión,  otros se turnaban para arrancar de escondido los cables eléctricos, restableciendo temporalmente un espacio de silencio que llenarDecoster_4ía las bandas de las comparsas. Así pasaron los días entre conversaciones y sabotaje, y, que yo sepa, “Condor Man” nunca se filmó.

 

 

 

 

El origen de Qoyllur Riti, como santuario y celebración cristianos, se remonta al final del siglo XVIII, precisamente al año de la condena y ejecución de José Gabriel Condorcanqui, Tupac Amaru. Parecería que el fin de la utopía política, señalado por el suplicio del rebelde inca en la plaza de Armas de Cusco, coincidía con el inicio de una utopía espiritual y redentora al pie del glacial de Qolqepunku. Es más, fueron los mismos jueces eclesiásticos y civiles que habían participado en la sentencia de Tupac Amaru, quienes fueron instrumentales en la transjjde_costerformación del niño divino en el Cristo crucificado de Qoyllur Riti, estableciendo así para la población autóctona la posibilidad de una salvación religiosa en ese lugar apartado.

 

 

 

Hoy, el vínculo espacio-temporal entre la Plaza Mayor del Cusco y el santuario  se ha hecho más difuso. Hace algunos años, los ukukus, se declararon preocupados por la desaparición de los glaciales. A raíz de eso,  dejaron de llevar los bloques de hielo que se solían repartir a la puerta de la Catedral entre los feligreses, en la fiesta de Corpus Cristi, al día siguiente a la despedida de Qoyllur Riti. Pero los devotos cusqueños siguen haciendo el largo viaje para poder pasar unas pocas horas en el santuario,  tal vez visitar el pukllay con un nuevo pedido, y luego regresar a casa con su fe renovada, hasta el año siguiente.

 

 

 

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